Por Almudena Villar Novillo
Años de deseo y cuando me decido, la acedía anega mi voluntad. Esta abulia ya me pudo invadir en Madrid antes de partir porque ahora, una semana después, me encuentro en medio de la nada y sin decisión.
Bueno, lo de en medio de la nada es una forma de expresarse porque aquí lo que sí hay es mucha gente, mucho verde, muchas montañas, mucho campo y muchos monumentos
Lugares inigualables
Que sí que ya sé, que cada día atravieso por lugares inigualables, extraordinarios, pero que los veos y a mí me da igual ocho que ochenta. Oteo desde la colina y percibo la grandiosidad y la belleza de la naturaleza, pero me quedo como estoy. Que por mucho que cierre los ojos y me concentre (como hacen todos; no quiero salirme de la norma), no experimento la divinidad del paisaje. Vaya que siento lo mismo que cuando observo al viajero de enfrente en el metro: nada. Bueno, algo sí noto: cansancio porque ando todos los días 30 kilómetros cargado con una mochila de 10 kilos.
Tengo los pies destrozados, los hombros magullados, la ropa sucia y yo un poco mugriento. Pero lo peor llega al anochecer, en el albergue, cuando hay que socializar. Todos cuentan sus experiencias que, por cierto, son sublimes, soberbias e insuperables. Yo callo. Prefiero no mentir porque este viajecito está siendo un suplicio, una tortura. Llevo un cuaderno de viaje y no he escrito ni una palabra. Lo intento, pero no me sale nada. En algún momento de mi vida, extravié la sensibilidad, si es que la poseí alguna vez.
¡Y todavía queda una semana hasta Santiago de Compostela! Uffff