Desde niño, Gregorio siempre se sintió un poco fuera de lugar. No era que no encajara en la sociedad, sino que sentía una extraña conexión con el mundo natural que lo rodeaba. A medida que crecía, esta sensación se intensificó, hasta que un día, al mirar su reflejo en un charco, creyó ver la piel suave y brillante de una ciruela madura.
Mi voz… sin salida, rendida, adormecida, quedó vacía de letras.
Seca y muda, cual temblor de la rama que lucha contra las ráfagas de otoño.
Sola y perdida.
Sin eco alguno, se deshace en el agua como un papel en blanco.
Diluida… falsa nieve abatida, derrama su mutismo estático como ave que no vuela, vencida en su canto.
Apenas un latido, callado grito abortado.
Tan sólo… un hilo fino (vital, escuálido y rebelde) permanece horadando la piedra del silencio, trascendiendo impasible, los espacios de mi aliento… apenas inaudible.
Octubre 2024
Nota de la redacción: María Prieto Sánchez, se inspiró en esa foto de pepografo para escribir el poema publicado en su cuenta de instagram https://www.instagram.com/mariaprietosan?igsh=c255ZWV3aGJqMHNk, yo, más contento que unas pascuas lo reproduzco aquí.
Como si en Cien años de soledad, tras el cristal; sin esa atmósfera tensa, más bien tenue; sin el calor del trópico; con una historia por escribir y el tiempo depositado a la espera de un café aún no pedido.
Sentada a un velador ante el ventanal, quizá con música de la vieja nouvelle chanson française de fondo, que retienen el muro de fachada y la cristalera para que el sonido no exceda la taberna.
Ansía una llamada; anhelo en un cuadro hiperrealista que exuda vida; rostro quizá tenso, facciones quizá tranquilas; no se ven. Inconsciente, o ensimismada en sus pensares, no es una imagen fija.
Expuesta sin mirada; ojos entreabiertos bajo el flequillo, pelocorto-melenarrubia; leves destellos de luz vespertina y del local, un bar-colmado neorretro nouveau style de casco viejo que acoge estados de ánimo con y sin alcohol.
Fluye su imagen en torno a una modernidad calma, de soledad entibada en la tramoya de una mente que buye a la espera de un acontecer en su vida, intensa, sin dolor, sin prisa, de escaparate y momento presente.
Cuando se la observa desde el otro lado de la luna -en éste, dentro, marca la respiración en ciclos, a compás-, se atisba un deseo pospuesto, una paciencia entrenada, capaz de esculpirte un acecho si aúpa la mirada.
Sin recato, en la ajenidad impune de su presencia ve en el móvil un mundo en stand byal aguardo de un verso como de Safo a Faón; o faleceo, a Lesbia, de Catulo; áureo de Pitágoras; o en terza rima de Dante a Beatriz.
Aromas de silencio medido en hexámetro arcaico o en endecasílabo, hasta diluirse en Soledades con esa historia por escribir -mientras llega su café con Ne me quitte pas de Brel en Radio3 o Renascen¢a-, quizá en prosa poética.
Arquetipo de la gZ, enmarcada por focos extraños a su tiempo, la visualizan sin ser consciente de mirares que la escrutan -y fijan en sus retinas-. Ella sigue en su ensueño ajena a l@s nadies que pululan al envés de la cristalera.
En el año 2999, la humanidad ha alcanzado la perfección. La tecnología contribuye a que el ser humano consiga todas sus metas; la investigación médica ha logrado para la especie la excelencia: la inmortalidad. La enfermedad, la vejez y la muerte pertenecen al pasado, y la vida eterna forma parte de la historia del mundo.
Le asesté un golpe firme, sólido, en la nuca con la maza de la carne. Quería matarle y así fue. No me arrepiento. No cabía otra opción: o él o mi Mari Tere; y no había dudas.
En las tardes de julio solo cabían 5 colores: azul del cielo, rojo de los tejados, blanco de las fachadas, verde de los patios y amarillo del sol y del campo. Pero aquella tarde traía un color nuevo: el negro.
Orfelina será siempre recordada por su singular nombre y por la calidad de su agenda personal. Orfelina es un nombre de origen griego que significa ayuda o ventaja.
Todas las tardes salía de su casa hacia el barrio nuevo. Luis, el hombre solitario, se sentaba en un banco y observaba desde la distancia a la mujer de los zapatos rojos que paseaba con su perro. Pensó hacerse con uno como método para acercarse a ella, pero no se atrevía.
En la penumbra de una habitación vacía, sus ojos se posaron en el reloj de pared. Las manecillas avanzaban lentas como el calor instalado en la tarde interminable. El silencio era abrumador, solo interrumpido por el repique de sus pensamientos.
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