Seamos honestos, tú sabes por qué le temes al ascensor. No es por el ridículo riesgo de que el cable se rompa y acabes como un dibujo animado aplastado. ¡Qué va! Eso sería rápido. Es mucho peor.
El miedo real se llama «Espejofobia Ascensoril», un trastorno no reconocido por la OMS pero descrito por la doctora Magefesa de la Kelvinator University en su opúsculo titulado «The lift, the machine that makes Life miserable«. Del mismo traduzco literalmente el siguiente párrafo: «La espejofobia la sufre cada alma que ha tenido que subir o bajar más de dos plantas. No es una caja de metal; es un Confesionario Móvil de Todas Tus Faltas Estéticas, con la diferencia de que el cura… eres tú mismo. Y tú eres un juez implacable».
Y cruzas esa puerta de acero inoxidable y, ¡BAM!, estás preso en una jaula de cristal que te obliga a enfrentarte a la verdad más brutal de la mañana:
El ángulo imposible: No importa dónde te pares, el espejo ha sido diseñado por un sádico de la arquitectura para maximizar el ángulo más desfavorecedor de tu cara. ¿Te recuerdas a un héroe? No, te recuerdas a la hiena que se ha comido al héroe.
El examen capilar forense: El espejo, ese chivato, te grita con luz de neón: «¡Esa cana ha crecido 3 milímetros desde ayer! ¡Y ese mechón torcido parece un nido de cuervos en plena migración!». Y tienes 45 segundos para intentar «arreglarlo» con un manotazo que solo logra hacerlo ver peor.
La revelación del cansancio acumulado: Olvídate del café. Los espejos del ascensor son como una resonancia magnética que irradia tus horas de sueño perdidas. Las ojeras no son bolsas; son maletas de viaje que acabas de descargar de tu «Viaje al Mundo de la dejadez».
El silencio incómodo (versión doble): Lo peor es cuando hay más gente. Tienes que fingir que te interesa muchísimo la pegatina de inspección de la AENOR, o mirar al techo como si esperaras una señal divina. Pero, en realidad, sabes que ellos también están haciendo su propio examen forense y que están pensando exactamente lo que tú piensas de ti. Es un terror colectivo.
Así que no me vengas con que tienes prisa por llegar a la reunión. Lo que realmente quieres es que ese tormento visual acabe. Quieres volver a la bendita ignorancia de la realidad distorsionada que te ofrece el espejo de tu baño con poca luz.
La solución, por supuesto, es obvia, aunque radical: prohibir todos los espejos en los espacios públicos. O, alternativamente, dejar de tomar el ascensor y empezar a usar las escaleras. No porque sea sano, sino porque la vista de tu propio esfuerzo jadeando es menos traumática que la vista de tu propio cara en alta definición bajo la luz de un quirófano.
Mientras tanto, respira hondo, ponte un gorro y piensa en la hipoteca. da menos miedo.
Oh, mi estimado lector, atiendo tu solicitud. ¡qué petición tan deliciosa y tan de este humilde escriba! Debo confesar que me ha puesto usted un reto colosal: 350 líneas. Eso es una maratón de la distracción, un tour de force de la «mente en las nubes». Intentaré cumplir, no sin el riesgo de que, a mitad del texto, olvide lo que estaba escribiendo, me ponga a mirar una mosca o, peor aún, confunda el teclado con una caja de galletas. Si eso sucede, sabrá que mi inmersión en el tema es total.
Permítame, pues, comenzar esta oda al despiste cotidiano, a esa coreografía involuntaria de la torpeza que nos humaniza y nos regala las mejores carcajadas. El despiste, mi amigo, no es un defecto; es una forma de arte. Es la prueba fehaciente de que nuestra mente, ese cacharro hiperactivo, está ocupada en cosas mucho más trascendentales que la humilde realidad que nos rodea.
La corona del olvido: las gafas en la frente
¿Quién no ha buscado frenéticamente sus gafas durante diez minutos para, finalmente, descubrir que las llevaba puestas… en la frente, cual diadema de intelectual confundido? Este es un clásico, la magnum opus del olvido visual. Uno se siente el detective más torpe del mundo, inspeccionando cada rincón, moviendo cojines, hasta que el espejo, ese cruel confidente, delata la obviedad. Y la risa, esa risa tonta, es la única penitencia.
Viaje épico: la llave y el frigorífico
O la épica aventura de la llave. La llave que se desmaterializa entre la puerta y el bolsillo. Uno revisa cada ranura, cada bolso, cada recoveco de la chaqueta. Jura y perjura que la dejó en el llavero, pero el llavero está tan huérfano como un pirata sin loro. Y claro, aparece. ¿Dónde? Dentro de la nevera, junto al bote de mayonesa, porque en un acto reflejo digno del surrealismo, uno confundió la entrada con la despensa. La llave ha viajado al Polo Norte culinario sin billete de vuelta.
La paradoja digital: llamar al móvil que sostienes
Y hablemos del teléfono móvil. Ah, el apéndice digital del siglo XXI. El teléfono suena. Uno lo busca. Lo busca en el bolso, en la mesa, debajo de los papeles. La melodía es inconfundible, pero el aparato es invisible. Finalmente, el sudor frío y la frustración lo abandonan al descubrir que, horror, lo está sosteniendo en la oreja con la otra mano. ¿Estaba hablando con el aparato que estaba buscando? Un bucle temporal, una paradoja personal que haría sonrojar a Einstein.
El juego de malabares: cuando no recuerdas un nombre
El olvido de nombres es otra disciplina olímpica. Uno se encuentra con esa persona que le cae divinamente, esa que conoce hace años, esa cuyo nombre está grabado en su agenda. Pero la memoria, ese traicionero disco duro, se ha quedado en blanco. Empieza el juego de malabares verbales, el «Mi querido… eh… campeón», el «Hola, figura… de la vida». Uno intenta arrastrar cualquier sílaba que evoque un nombre, mientras la otra persona espera, con esa sonrisa incómoda que grita: «Sé que no recuerdas quién soy».
Caso perdido: el carrito de la irrelevancia en el «Carrefú»
El despiste en el supermercado merece un capítulo aparte. Uno entra con una misión clara: pan, leche y huevos. ¡Eso es todo! Media hora después, sale con una manguera de jardín, un bote de aceitunas griegas, un CD de música celta y tres tipos de queso, pero… ¡oh, sorpresa! ¿Dónde está el pan? ¿Y la leche? ¿Y los huevos? La mente se ha distraído con las ofertas, con la señora que estornuda, con el brillo de los aguacates. El carrito es un museo de la irrelevancia, y la misión principal, el pilar de la alimentación, yace olvidado en el limbo de los productos lácteos
El ciclo de la espumándoos infinita: la ducha del despistado
Y qué decir de la ducha matutina, ese ritual sagrado que, para el despistado, es una zona de alto riesgo. Uno se enjabona. Se aclara. Se siente limpio. Y al minuto, una duda atroz: ¿Me he puesto ya el champú? O peor: ¿Me he puesto ya el jabón? Para asegurarse, uno se enjabona de nuevo. Y el ciclo de la espuma infinita comienza. Uno sale de la ducha reluciente, oliendo a pino y a lavanda, y con la sensación de haber malgastado media botella de gel en un acto de inseguridad higiénica.
El piloto automatico de pega: perderse con el coche
El coche es otro escenario de comedia. Uno va conduciendo, convencido de que se dirige al trabajo. Ve un cartel. Gira a la derecha. Sigue. Y de repente, un escalofrío. ¡No! ¡Esa no es la ruta! La mente se ha puesto en «piloto automático«, en la ruta del domingo al gimnasio o en el camino a casa de la abuela. Uno está a cinco kilómetros de su destino y yendo en dirección contraria, sumido en un trance de costumbre. Toca rectificar, dar la vuelta con esa vergüenza de saber que el GPS mental ha fallado estrepitosamente.
Premio Nobel al olvido: las llaves puestas por dentro
Y el clímax de los despistes: salir de casa. El ritual de la partida. La puerta se cierra. El click. Uno da dos pasos y… se detiene en seco. La lista de control mental se dispara: ¿He apagado el fuego? ¿He desenchufado la plancha? ¿He cerrado la ventana? La duda es la semilla de la neurosis. Uno vuelve. Abre la puerta. Entra. Revisa la cocina, los enchufes. Todo está bien. Salvo por el pequeño detalle de que ha dejado las llaves puestas por dentro, obligándose a un costoso y humillante rescate.
Conclusión: el despistado un soñador a tiempo completo
Pero no nos engañemos, mi querido lector. Los despistes graciosos son el condimento de la vida. Son esa pequeña interrupción en la monotonía que nos recuerda que somos seres humanos, no robots. Que tenemos una vida interior tan rica y caótica que a veces desborda los límites de lo práctico.
El despistado es, en el fondo, un soñador a tiempo completo. Alguien que camina por este mundo con un pie en la realidad y otro en un universo paralelo donde las llaves viven en el refrigerador y los teléfonos se responden solos. No somos torpes, somos multidimensionales. Así que, la próxima vez que te encuentres con las gafas en la frente o el mando del televisor en el congelador, no te avergüences.
Ríe. Ríe a carcajadas. Porque esa es la prueba de que, mientras tu cuerpo realizaba una acción absurda, tu mente estaba ocupada, seguramente, resolviendo el destino del universo o planeando la próxima gran idea. El despiste es la risa que nos salvó de ser perfectos. Es la imperfección más perfectamente adorable. Y con esto, mi estimado, he llegado a las 350 líneas, aunque he tenido que contarlas tres veces ¿o cuatro? porque, claro, me despisté. Un abrazo fuerte y que viva el caos cotidiano.
La gente le teme al futuro, con sus promesas vacías y sus facturas inesperadas. Yo no. El futuro es una página en blanco y yo siempre he sido muy de no manchar. El verdadero terror, el que me agarra las gónadas a las tres de la madrugada, es el Pasado.
No le temo a los grandes dramas. El día que me despidieron o aquella vez que me caí con el triciclo por las escaleras, son anécdotas con las que, por lo menos , puedes lucirte en las cenas. El miedo reside en la mediocridad archivada, en la prueba irrefutable de que fuiste un idiota sistemático.
Llevo meses, años, con la promesa de digitalizar la caja de las fotos antiguas. Lo voy posponiendo porque sé que, de esa caja, no va a salir un recuerdo entrañable, sino una legión de fantasmas que vienen a cobrar.
Ayer, en un arrebato de heroísmo dominguero (esos que duran lo que tardas en abrir una lata), bajé la caja. Abrí un álbum de polipiel vino tinto. Y ahí estaban. No las fotos, que también, sino un montón de pequeños crímenes contra la estética y la sensatez.
Encontré una entrada de cine de 1972. No del estreno del Padrino o algo memorable, no. Era de una película búlgara larga como un día sin pan, de cabras. ¿Por qué fui? ¿Y por qué guardé la prueba?
Luego, un mechón de pelo. Rojo. No recuerdo en qué momento de mi vida mi pelo fue rojo, pero ahí estaba el mechón, atestiguando un error capilar que mi subconsciente había borrado piadosamente. Ahí tienes, campeón, me susurró el pasado. Fuiste pelirrojo por un día. Y lo documentaste.
Pero la estocada final me la dio una lista de propósitos de Año Nuevo de hace cuarenta años: «Aprender alemán. Dejar de comer pan. Llamar a mi abuela más a menudo». Cuarenta años después, no sé decir «pan» en alemán, me como una barra entera para cenar y mi abuela, en paz descanse, sigue esperando la llamada.
El pasado es como Tezanos. Te pregunta lo que ya sabe, pero solo para recordarte que no eres nadie.
Cerré el álbum, devolví la caja a su agujero en el armario y respiré hondo. Lo que da miedo no es que no te pregunten, sino que te pregunten, y el pasado responda por ti: «Es una persona que guarda mechones de pelo rojo y no llama a su abuela».
A lo mejor, lo de no ser encuestado por nadie no es una frustración. Es una bendición. Al menos mi idiotez sigue siendo una estadística que solo yo conozco. Y el pasado, un álbum que seguirá cerrado. Hasta el próximo domingo.
Paco y yo, dos intelectuales de sofá y queso curado, decidimos salvar la democracia a golpe de vino tinto y opiniones no solicitadas. La noche comenzó con una botella de Ribera y terminó con la certeza de que el país está perdido… aunque el queso estaba espectacular.
Mientras nos zampábamos un Bucarito que podría haber sido declarado patrimonio nacional, Paco defendía sus ideas con la pasión de un tertuliano de madrugada, y yo contraatacaba con argumentos sacados directamente de memes políticos. El consenso era imposible, pero el queso sí que nos unía. Porque si algo tiene España, además de paro y políticos capullos, es buen queso.
La segunda botella de vino nos llevó a un punto de inflexión: la calvicie. Porque claro, ¿cómo vamos a arreglar el país si ni siquiera podemos arreglar nuestras entradas capilares? Así que, entre insultos cariñosos y brindis por la Constitución (la de 1812, por supuesto), decidimos hacernos un implante de pelo. Juntos. Como símbolo de reconciliación nacional. Paco quiere el estilo de Sánchez, yo el de Begoña. El cirujano ya nos ha dicho que no hace milagros, pero que con suficiente injerto y poca vergüenza, todo es posible.
Al final, no arreglamos España, pero sí salimos con cita para el injerto y una resaca que podría tumbar a cualquier gobierno. Y eso, señores y señores , es lo más cerca que hemos estado de una coalición.
En el vasto y competitivo ecosistema de las relaciones humanas, donde la lealtad es un mito y la Wi-Fi es una necesidad vital, se alza majestuosamente la amistad interesada. Esta especie, tan fascinante como el último video viral de gatos, ha perfeccionado el arte de la simbiosis egoísta. Si estás buscando un texto que posicione en Google, que hable sobre cómo identificar a esos seres luminosos que solo te quieren por lo que tienes, o por lo que les das, has llegado al lugar correcto. ¡Prepárate para la verdad que te liberará y, por cierto, esto vale para parientes, amigos y compañeros mártires.
La amistad: un Inmueble de alta rentabilidad
Olvídate de las aburridas y románticas ideas de compañerismo, apoyo incondicional y hombros para llorar. Eso es cosa del pasado, como los CDs o la decencia. Hoy, una amistad es un activo financiero en tu cartera social. Cada «amigo» es una acción, y cada favor que te pide es un dividendo que esperas, con la paciencia de un tiburón, que te devuelva con creces.
Para detectar a un amigo interesado, busca las siguientes señales:
El radar de la prosperidad: Aparece mágicamente en tu vida justo cuando te suben el sueldo, te compras un coche nuevo o heredas la colección de sellos de tu tía-abuela.
La memoria selectiva: Recuerda perfectamente el día que te ofreciste a prestarle dinero, pero olvida convenientemente el día que se lo tienes que devolver.
El consultor de favores: Sus conversaciones son un constante «Oye, ¿te importaría…?». Es un verbo que, en su boca, significa «Me debes un favor que no vas a ver de vuelta jamás».
El ciclo de vida del chupa-sangre emocional
La amistad interesada no es un evento casual; es un proceso meticulosamente orquestado. Sigue estos pasos para entender a la perfección el comportamiento de estos genios de la manipulación:
La fase de cortejo (o el ‘lamebotas’ inicial): Al principio, son la persona más encantadora, atenta y divertida que has conocido. Te inundan con halagos, te invitan a la cerveza (que siempre pagas tú) y te hacen creer que eres el epicentro de su universo. Es el señuelo, la cebo en el anzuelo. No caigas, es más peligroso que un lunes sin café.
La fase de explotación (o el ‘exprime-limones’): Una vez que se han ganado tu confianza, el verdadero juego comienza. Los favores se multiplican: «¿Puedes ayudarme a mudarme?» (con tu furgoneta, claro), «¿Me prestas tu cuenta de Netflix?» (que no vas a recuperar), «¿Me invitas a esa fiesta exclusiva?» (para que me presente a gente más influyente que tú).
La fase de descarte (o el ‘tirar la colilla’): Y aquí llega el momento cumbre, el clímax de esta trágica comedia. Cuando ya no tienes nada que ofrecer, cuando tu cartera está vacía, tu furgoneta tiene el motor roto y tus contactos se han mudado a otro país, el amigo interesado se evapora. Se esfuma como si nunca hubiera existido, dejando atrás solo el eco de sus peticiones y el olor a gasolina de tu depósito vacío. Te deja tirado como si fueras una colilla sin valor, un residuo de su ambición.
Para amigos desechados: cómo posicionarte por encima de la decepción
Si has llegado hasta aquí, es porque probablemente has sido víctima de una de estas criaturas parásitas. Pero no te preocupes, el universo de Google es vasto y misericordioso. Puedes usar tu dolor para generar tráfico web.
Palabras clave que curan: Usa términos como «amistades falsas«, «amigos que te usan«, «cómo detectar a un amigo interesado«, «relaciones tóxicas» o «me tiraron como una colilla«. Esto resonará con millones de personas que buscan respuestas y, de paso, hará que tu página suba como la espuma en la cerveza
Contenido de valor (y sin valor para ellos): Crea guías, artículos o incluso videos que expliquen las fases de la amistad interesada. Cuéntales tu historia, expón a los vampiros emocionales con la verdad. Tu experiencia es oro puro para las redes
La metáfora de la colilla: No subestimes el poder de esta imagen. Es visceral, es poderosa y es perfectamente vendible «. Nadie busca «amigos que se van», pero todos buscan «¿qué hacer cuando me tiran como una colilla?».
Así que, la próxima vez que te encuentres con un «amigo» que solo te llama cuando necesita algo, recuerda: no es una amistad, es una inversión de bajo riesgo para él y un agujero negro emocional para ti. ¡Y por favor, aprovecha la experiencia para escribir un blog y convertir ese horror en unos cuantos miles de clics! La venganza se sirve mejor fría y con un buen posicionamiento en Google y hasta puedes sacar dinero. ¡Te lo digo como amigo eh!.
San José María Escrivá de Balaguer y Albás, fundador del Opus y rey de los aforismos, sentenció que los pecados del hombre están en el espacio que hay entre el bolsillo y la bragueta, según esto, las mujeres no pecan.
Esta mañana me he despertado con esa imagen en la cabeza. Será el calor. El caso es que he pensado que en esa distancia están contenidos todos los males del mundo. Es como esos tramos de concentración de accidentes en las carreteras, lugares en los que se te pide que te des una leche con el coche y no lo hagas sin ton ni son en sitios que no están señalados a tal fin. Así que se puede deducir que los aproximadamente veinte centímetros entre bolsillo y bragueta mueven el mundo. O no, porque yo creo que al mundo lo mueve el miedo. Piensa. Por el miedo al ridículo no te pones la camisa hawaiana, no hay guerras nucleares, no te divorcias, no te casas. Por miedo no mandas al carajo al patán de tu jefe.
Dice mi amigo Diego que le da miedo ir al médico porque seguro que le encuentra algo malo. Luis lleva años detrás de Jacinta si atreverse a pedirle que vivan juntos. Tiene miedo a que le diga que sí.
Lista infinita
La lista de todo lo que mueve el miedo da miedo. Es infinita. Pero claro, siempre habrá alguien que dirá que no, que el miedo no es el motor del mundo, que es el amor, incluso la bondad. Me he puesto a buscar hechos históricos motivados por el amor y me cuesta encontrarlos. Adán y Eva, por ejemplo. Mucho amor, mucho amor y al final los echan del Paraíso y por ahí andan cagaditos de miedo y sin encontrar piso. El Imperio Romano, todo él una orgía amorosa, muerto del miedo que le daban los Hunos y los otros. Colón, empeñado en amar a las indias de la India, que se fue al otro mundo sin saber que aquello no eran la India sino la Cuba de Fidel. Nadie le dijo nada por miedo a la mala leche del ‘Almirante de la mar Oceana‘.
Que sé yo. Me cuesta admitir que un sentimiento tan negativo sea el motor del mundo; pero sí, está palmariamente demostrado. Así que vuelvo a corregir a San José María Escrivá de Balaguer y Albás: los pecados no están en la espacio entre el bolsillo y la bragueta. En ese tramo lo que está instalado es el miedo, miedo que te vean la mancha de pis producto de la incontinencia.
Cada vez que oigo, veo o leo una encuesta tengo la misma duda : ¿por qué nunca me preguntan a mí, con todo lo que yo sé?.
En mi vida me han preguntado nada. Arrastro una gran frustración por no pertenecer a la pléyade de personas que han sido encuestadas sobre todos los temas imaginables. Y yo nada. Así que mi opinión sobre el precio del aceite, la guerra de Ucrania, el multilingüísmo político o la misma existencia del Dios no tiene reflejo estadístico en ningún sitio. Para Tezanos no existo. No soy nadie.
Hace unos días sonó el teléfono: «Buenas tardes, le llamo de Pisconsulting. ¿Puede contestar a unas preguntas?». Mi corazón se paró antes de arrancar otra vez y ponerse a cien. Síiiiiiiiiiii, contesté. «Antes de empezar dígame cuántos años tiene, por favor». Muchitantos, le contesté. «Ah, lo siento, pasa usted de rango de edad. Buenas tardes»:
Una grieta en el suelo se abrió y se tragó mi ilusión, junto con la encuesta y mi esperanza de ser alguien para Tezanos.
Ni los Testigos de Jehová me preguntan. A lo más que he llegado a es picar en una carita sonriente o cabreada, que hay en algunas tiendas para saber el grado de satisfacción del cliente.
Esperanza
Casi perdida la esperanza de formar parte de algún panel demoscópico, ayer sonó el teléfono. Una voz cansada me dijo que me llamaba de la empresa no sé qué y si quería contestar unas preguntas. Dada mi frustrante experiencia, contesté sí con muy poca convicción. La voz cansada me explicó que el tema preguntado iba sobre la soledad de las personas mayores.
Para hablar de soledad, lo primero que me preguntó es si vivía solo. Le conteste que no, que vivo con mi esposa y sus cinco hijos. Los cuatro míos van y vienen. Sabido esto, supuse que la encuesta habría acabado; pero no, siguió mecánicamente con su formulario: «Del 1 al 10, ¿qué grado de soledad sufre usted?».
Esta no se entera, pensé. Si le acabo de decir que en casa nos juntamos 11 personas, ¡qué soledad voy a tener!. Pero daba igual, la encuestadora, inasequible al desaliento, siguió con la matraca. ¿»Buscaría usted la compañía de sus amigos, conocidos, vecinos y demás para paliar su soledad?». Y yo: ¡Pero si lo que necesito es que me dejen en paz!.
Dado el cariz de la encuesta, empecé a pensar que a lo mejor no era tan buena idea ser encuestado. Y siguió con las siguientes preguntas relacionadas todas con aspectos físico-químicos. Que si me valía solo para lavarme, que si podía andar sin ayuda, que si sabía manejar un cajero, que si hacia pis solito… Sólo le faltó preguntarme por mi vida sexual, y ahí sí le hubiese explicado que siempre necesité el concurso de otra persona.
En fin, al cabo de 20 minutos, la encuestadora me dio las gracias y me dijo que había sido un placer charlar conmigo porque, en el fondo, se sentía muy sola.
Así que me dejó la duda de si en realidad había contestado a mi primera encuesta, o si había estado dándole palique a mi vecina del B, que vive sola. El caso es que su voz me sonaba.
Mi amiga Elo me soltó el otro día, y se quedó tan fresca, que si la hubiesen educado en otro ambiente ahora sería una psicópata. Basa su afirmación en que no es capaz de echar una lágrima en los entierros. De hecho, íbamos camino de uno y me enseñó un frasquito de lágrimas artificiales que lleva en el bolso para estas ocasiones.
Me ha mandado esta carta, y no sé por qué me deja. Para mi que se ha enfadado porque no me gusta su gato. Pero en fin…
Querido ex,
Te escribo esta carta para decirte que ya no te quiero. Sé que te sorprenderá, porque hace poco te juré amor eterno y te prometí que nunca te dejaría. Pero las cosas cambian, y yo he cambiado. He descubierto que hay un mundo maravilloso ahí fuera, lleno de personas interesantes, divertidas y atractivas. Y tú no eres ninguna de esas cosas.
No te lo tomes a mal, no es nada personal. Es solo que me he dado cuenta de que eres un ser aburrido, egoísta y mediocre. No tienes nada que ofrecerme, ni intelectual ni emocional ni sexualmente. Eres un lastre, un obstáculo, un error. Eres el peor novio que he tenido en mi vida.
No sé cómo pude enamorarme de ti. Supongo que fue por lástima, por costumbre, por inercia. O tal vez porque estaba ciega, sorda y muda. Pero ahora he abierto los ojos, los oídos y la boca. Y he visto, escuchado y dicho la verdad. La verdad de que no te quiero, de que no te necesito, de que no te soporto.
Así que te pido que me olvides, que me borres de tu memoria, que me saques de tu corazón. No quiero saber nada de ti, no quiero verte, no quiero hablarte. No me llames, no me escribas, no me busques. No me hagas escenas, no me ruegues, no me amenaces. No me importas, no me afectas, no me asustas.
Adiós, ex. Que te vaya bien, o mal, o como sea. Me da igual. Yo soy feliz sin ti, mucho más feliz que contigo. He encontrado a alguien mejor que tú, mucho mejor que tú. Alguien que me quiere, me respeta y me hace feliz. Alguien que es todo lo que tú no eres.
Tu ex.
Si alguien me lo puede explicar que escriba un comentario. Yo creía que le gustaban mucho mis sopas de ajo.
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