Llevaba 7 años luchando. 84 meses viviendo. 2.555 días gozando y compartiendo instantes. 61.320 horas iniciando la jornada encerrando el sufrimiento en la cocina. El trayecto continuaba conduciendo el tren de la vida. Con altibajos, con vicisitudes y avatares, pero sin apearse del convoy; con paradas imprevistas, con descansos repentinos, pero a velocidad de crucero y con aceleraciones constantes.
Estación valentía
En cada estación, exhibía su valentía, su coraje, su audacia, su plenitud, su disposición a flagelar al dolor con su desprecio e indiferencia. Aderezaba esta demostración con alegría, entusiasmo, felicidad y desmedidas ganas de vivir.
Y, cuando eclipsaba el día, compartía su experiencia y vitalidad con sus incondicionales, a quienes impregnaba de esa energía, de ese empuje, que contribuían a perfeccionar este universo plagado de temores, espantos y sobresaltos, y transformándolo en un lugar espléndido, radiante, amable y generoso.
Ahora, esta maquinista conduce su tren de la vida en otra magnitud, pero velada para eludir el descarrilamiento.