He estudiado seis idiomas. ¡Impresionante, eh¡. A saber: latín, griego, francés, catalán, Inglés y alemán. He estudiando seis idiomas y no sé ninguno.
Aunque, no es cierto del todo. Viajando por el mundo me he dado cuenta de que algo sé: inglés negro, pero luego escribo sobre eso.
Para empezar el latín. 3 años de estudios para hacer la siguiente traducción: «Caesar missit naves in porto Ostiae (César envió sus naves al puerto de Ostia)» por «César envió sus naves de una hostia al puerto».
Del griego: «Κάλλια στον τόπο σου γυμνός, παρά στα ξένα στολισμένος». Ni idea. Aprendí que mi reloj es un omega, como la letra griega.
Del francés se me quedó algo. Omelette, Citroën, baguette y Royaume Uni dix points, del Festival de Eurovisión.
Es verdad que en París me suelto cual gabacho y pido las cosas en francés, aunque por razones desconocidas me responden en español, con todas sus variantes, andaluz, murciano, extremeño, etcétera. «S’il vous plaît, mettez-moi trois bières» y el tipo me lanza un «marchandooo».
Inglés
En catalán he llevado a mis sobrinos a la puerta de la «escola» y me he vuelto corriendo.
De las clases de alemán sólo recuerdo al profesor, Kurt Spang. Hablaba muy mal español, aunque eso daba igual; en alemán tampoco le entendí nada.
Y llegamos al inglés, al inglés negro concretamente. Mis amigos se empeñan en creer que manejo el idioma como las botellas de cerveza y se encomiendan a mis traducciones con la fe del carbonero, (para los de la Logse, fe ciega). Ejemplo: llegamos al hotel de Viena, pongamos por caso, y todos se agolpan detrás de mí; me empujan literalmente para que pida las habitaciones. Yo pongo cara de doctor Watson, pido seven rooms y espero impávido. El recepcionista me lanza una parrafada de la que entiendo el principio y el final, pero me da las llaves y yo, triunfante cual Nelson, las entrego a mis amigos, quienes me halagan con comentarios del tipo «si no hablas inglés es porque no quieres, capullo». Bendita sea su inocencia.
El inglés negro lo descubrí en Nueva York. Íbamos mi mujer y yo ligeramente perdidos por la city. Ella sí habla inglés; es más, tiene pinta de guiri. Harto de estar siempre tras sus traducciones y como muestra de mi independencia lingüística y vital, me dirigí a un negro de 1,97 centímetros y 120 kilos, y le pregunté : «Five Avenue, please?». El hombre me miró desde su 1,97 centímetros y me contestó obsequioso en español: «Está usted en ella».
La mirada de mi mujer no fue obsequiosa, mas bien burlona y divertida. Va y me suelta: «No se dice five, se dice fifth.
Ella sólo habla inglés normativo. El mío es inglés negro del bueno, aprendido en los discos de vinilo.