El otro día, mi amigo Paco —esa fuente inagotable de antropología casera— me contó una fábula doméstica que ríete tú de las tragedias griegas o de los aranceles de Trump. La historia va de dos hermanos y de una patología muy nuestra, muy ibérica y muy humana: la incontinencia jerárquica. O dicho finamente: la necesidad fisiológica de quedar siempre por encima, aunque sea haciendo el ridículo.
La dinámica del juego era sencilla, pero malaje. Si el hermano, en un alarde de creatividad infantil, decía: «Yo soy el Gran Jefe Indio», la hermana, con la velocidad de un francotirador, replicaba: «Pues yo soy la madre del Gran Jefe Indio».
¿Te das cuenta?. No quería ser otro jefe. No quería ser la jefa de la tribu vecina. No. Ella quería el rango biológico, la autoridad suprema que otorga el paritorio. Si él era el policía, ella no era la comisaria, no; ella era la madre del policía. Porque en su cabeza, la placa se respeta, pero a la madre que lavó el uniforme se le teme.
El jaque mate del ego
Pero lo sublime, lo que eleva esta anécdota a la categoría de tratado psiquiátrico, llegó el día en que el hermano, harto de vivir bajo la bota matriarcal de su propia hermana, intentó una maniobra suicida. Un te vas caer con todo el equipo.
—»Vale, pues yo soy un monstruo» —dijo él, pensando que ahí la había pillado. Que nadie en su sano juicio querría vincularse genéticamente con una aberración.
¡Iluso! Subestimaba la potencia de un ego gordo como pavo navideño. Ella no dudó ni un microsegundo:
—»Pues yo soy la madre del monstruo».
Y ahí lo tienes. La esencia destilada de la vanidad moderna. Esa niña prefirió adjudicarse la maternidad de una bestia, prefirió ser la progenitora de Godzilla, la que amamantó a Frankestein , antes que quedar un escalón por debajo en la ficción. Prefería el desprestigio de haber parido un horror a la humillación de no mandar sobre él.

Vivimos rodeados de “madres de monstruos”
No te rías , porque si miras a tu alrededor, verás que estamos rodeados. Es esa gente que funciona con el piloto automático del «y yo más».
• ¿Tú has tenido un mal día? A ellos les ha atropellado un camión, pero han ido a trabajar igual.
• ¿Tú has ido a Madeira de vacaciones? Ellos descubrieron Madeira cuando solo había cocos y silencio.
• ¿Tú tienes gripe? Ellos tienen una cepa nueva que está estudiando la OMS.
Es la tiranía del superlativo. Gente dispuesta a prenderle fuego al barco con tal de ser el capitán de las cenizas. Personas que, si tú dices que estás en el infierno, te contestarán que ellas llevan allí años y que, de hecho, se lo alquilan al mismísimo demonio.
La próxima vez que te encuentres con uno de estos especímenes, no luches. No intentes ser el monstruo. Déjales ganar. Diles: «Soy el tonto del pueblo». Y espera, con una bolsa de palomitas, a ver si tienen las narices de decir: «Pues yo soy el padre del tonto».
Y yo el abuelo .
