Las malas noticias tienen vida propia, no se rigen por código alguno, ley o reglamento. Se reproducen en cualquier hábitat sólo requieren tiempo para multiplicarse.
A las malas noticias les importa un huevo tu estado de ánimo y si tienes la regla o estás agonizante.
Se saben poderosas y a menudo aniquiladoras y por eso campan a su antojo sin miramientos.
Hay distintas fuentes de malas noticias: laborales, sentimentales, relacionadas con la salud, la economía, el ocio. También se pueden clasificar por su origen como emisor o receptor de ellas.
Otra de sus características es que el afectado suele ser el último en enterarse.
Recuerdo la ansiedad por los resultados de los exámenes. Antes que yo lo supiera la nota ya estaba puesta y por tanto mis rezos y plegarias no servían de nada, sin embargo creía que santa Gemma bendita podría cambiar el resultado. Ibas al tablón y allí estaba tu nombre seguido de 7 suspensos.
Llamas a Damián, aparece con cara sonriente esperado cualquier tarea nueva. Pones cara de circunstancia y le explica lo mal que va todo y que su departamento cierra. Damián no entiende nada y se lo dices entre dientes: «esta es la carta de despido, firma aquí abajo».
Tu Carmen te dice un día que se va, le preguntas si volverá tarde y te contesta que no volverá. Que abajo la espera un señor de Santander, un artista fabricando sobaos mucho mejores que mi aburrido arroz con chirlas.
Vas al médico por un dolor de cabeza y sales con un diagnostico de embarazo extrauterino. Me sorprende por dos razones: hace 2 años que no comparto el sexo y soy un hombre.
Lo que importa sobre las malas noticias es como te las tomas. Por muy duras que sean, no puedes permitir que te acogoten. Yo reacciono generalmente de dos maneras: me da la risa o me entra mala hostia.
Aunque, ante la última mala noticia de tu vida no puedes reaccionar de ninguna manera. Cuando la palme no tendré opción alguna, y a nadie le causará sorpresa, esa es la única mala noticia que uno sabe de antemano.