Le asesté un golpe firme, sólido, en la nuca con la maza de la carne. Quería matarle y así fue. No me arrepiento. No cabía otra opción: o él o mi Mari Tere; y no había dudas.
Ahora mismo, mi única preocupación se centra cómo deshacerme del cadáver. Porque matar resulta sencillo. No se necesitan motivos, ni valentía, sólo hacerlo; pero el cuerpo supone una complicación, aunque barajo dos alternativas: o lo emparedo en el chiscón de la cuadra o lo troceo y echo los restos a los cerdos. ¡Qué festín para los gorrinos!
Comida para cerdos
Ambas opciones me dan mucho trabajo, pero la segunda, la de los marranos, parece la mejor. A fin de cuentas, él era un puerco. Así se mezclará con los suyos, aunque los cochinos no maltratan ni abusan de sus hijos como este incestuoso, pedófilo, pederasta, violador… Apenas he ido a la escuela y no sé más palabras para calificarlo, pero sí comprendo que lo que hacía no estaba bien y mi obligación era ponerle fin.
Noche larga
La noche será larga. Con la sierra eléctrica, seccionaré el cuerpo de este mal nacido en pequeños fragmentos para que los cerdos los degluten con facilidad y no queden rebañaduras.
Justificar su ausencia en el pueblo no constituirá aprietos. En la feria, tonteó con una extraña y le vio todo el mundo. Acreditaré que se ha ido con ella y nadie lo dudará.
Cuando pase un tiempo, mi Mari Tere y yo abandonaremos la aldea e iniciaremos una nueva vida.