El Asesino silencioso de la autoestima: por qué los espejos del ascensor son el verdadero infierno

Seamos honestos, tú sabes por qué le temes al ascensor. No es por el ridículo riesgo de que el cable se rompa y acabes como un dibujo animado aplastado. ¡Qué va! Eso sería rápido. Es mucho peor.

El miedo real se llama «Espejofobia Ascensoril», un trastorno no reconocido por la OMS pero descrito por la doctora Magefesa de la Kelvinator University en su opúsculo titulado «The lift, the machine that makes Life miserable«. Del mismo traduzco literalmente el siguiente párrafo: «La espejofobia la sufre cada alma que ha tenido que subir o bajar más de dos plantas. No es una caja de metal; es un Confesionario Móvil de Todas Tus Faltas Estéticas, con la diferencia de que el cura… eres tú mismo. Y tú eres un juez implacable».

Y cruzas esa puerta de acero inoxidable y, ¡BAM!, estás preso en una jaula de cristal que te obliga a enfrentarte a la verdad más brutal de la mañana:

  1. El ángulo imposible: No importa dónde te pares, el espejo ha sido diseñado por un sádico de la arquitectura para maximizar el ángulo más desfavorecedor de tu cara. ¿Te recuerdas a un héroe? No, te recuerdas a la hiena que se ha comido al héroe.
  2. El examen capilar forense: El espejo, ese chivato, te grita con luz de neón: «¡Esa cana ha crecido 3 milímetros desde ayer! ¡Y ese mechón torcido parece un nido de cuervos en plena migración!». Y tienes 45 segundos para intentar «arreglarlo» con un manotazo que solo logra hacerlo ver peor.
  3. La revelación del cansancio acumulado: Olvídate del café. Los espejos del ascensor son como una resonancia magnética que irradia tus horas de sueño perdidas. Las ojeras no son bolsas; son maletas de viaje que acabas de descargar de tu «Viaje al Mundo de la dejadez».
  4. El silencio incómodo (versión doble): Lo peor es cuando hay más gente. Tienes que fingir que te interesa muchísimo la pegatina de inspección de la AENOR, o mirar al techo como si esperaras una señal divina. Pero, en realidad, sabes que ellos también están haciendo su propio examen forense y que están pensando exactamente lo que tú piensas de ti. Es un terror colectivo.

Así que no me vengas con que tienes prisa por llegar a la reunión. Lo que realmente quieres es que ese tormento visual acabe. Quieres volver a la bendita ignorancia de la realidad distorsionada que te ofrece el espejo de tu baño con poca luz.

La solución, por supuesto, es obvia, aunque radical: prohibir todos los espejos en los espacios públicos. O, alternativamente, dejar de tomar el ascensor y empezar a usar las escaleras. No porque sea sano, sino porque la vista de tu propio esfuerzo jadeando es menos traumática que la vista de tu propio cara en alta definición bajo la luz de un quirófano.

Mientras tanto, respira hondo, ponte un gorro y piensa en la hipoteca. da menos miedo.


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