No son fechas de carnavales. A pesar de lo cual, hoy me he disfrazado de la hormiga atómica.
La hormiga atómica es un dibujo animado de los años 60, que vendía las bondades de la radiación y que estuvo patrocinado por el consorcio norteamericano de energía nuclear.
El personaje salvaba a inocentes de las garras de los malvados al grito de: «Contra el mal, la hormiga atómica».
Bueno, pues muchos años después de aquellos dibujos, yo me he convertido en la hormiga atómica. Ahora tengo en mi cuerpo radiación como para mover la turbina en submarino nuclear y no ha sido por accidente; no, es a propósito. Me acaban de dar una pastilla radiactiva y solo estoy esperando que empiecen a salirme rayos de las orejas.
¿Cómo hemos llegado a esto?. Siéntate que te lo voy a contar.
El tratamiento necesario para acabar de rematarme incluye una pastilla radiactiva. Hasta ahí bien. La tomas como una aspirina y fin. ¡Pero, amigos!, de lo que no te hablan es de las consecuencias sociales del procedimiento. Ahora mismito, estoy encerrado en una habitación aislado. No puedo salir porque la puerta tiene detectores antihormiga. Una cámara me vigila 24 horas y un contador geiger en el techo mide mi nivel de radiación. Hasta ahí, bien.
Tampoco puedo recibir visitas. ¿Quién va a venir si parezco Hiroshima?
En el manual de riesgos de 300 páginas, que me han facilitado, se me ordena orinar sentado y añade: «Incluso si es varón». Ya estoy empezando a dudar sobre mi orientación sexual. En la página 298 dice: «Si la luz verde del inodoro no está encendida, avise inmediatamente a enfermería». Y pienso: ¿Tendré que orinar en los pasos de cebra cuando el hombrecito verde se ilumine?.
El tema de la micción ocupa varias páginas. Se prohíbe mear en la ducha y te explican el desastre medioambiental que causaría tu incontinencia. El pis radioactivo se va por el sumidero, llega al río, a la mar océana y se lo bebe una sardina. La sardina contaminada acaba en espeto y este en el estómago de un turista irlandés en Málaga. Muere el turista por no ponerte una pinza en la punta del pito.
Mi idea de ser la hormiga atómica pasaba por ser un héroe salvador de bellas damas. En su lugar, las bellas damas, léase enfermeras, se protegen tras una plancha de plomo. Si me acerco a ellas o si se me ocurre dar un paso en su dirección, desaparecen de mi vista a la misma velocidad que lo hacía Carmen cada vez que le pedía un baile.
Total, que estoy aislado, con una cámara de vigilancia, si ganas de orinar por miedo al hombrecillo verde, convertido en una mini central nuclear y, encima, aquí no conoce ni dios a la hormiga atómica.
Eso sí, el teléfono y la tablet los cargo sin cable, solo con mirarlos y ahorro un montón de luz porque con la de color verdoso que emito, cual virgen de Fátima, ilumino toda la habitación.
2 comments
17/12/2024 at 07:15 —
17/12/2024 at 10:18 —
Es por tu bien