Siempre lamentó la compra de ese piso. Demasiado lejos, demasiado alto, demasiado grande, demasiado todo; pero nunca optó por mudarse. Sin embargo, ahora, tras 40 años de quejas, descubría qué le ataba a él.
Si repasaba su vida, apenas encontraba logros, sí muchos momentos anodinos, banales e insustanciales. Ella era, de por sí, insípida. Ahora se percataba que había dejado que su existencia pasara como un tren sin parada en ella misma.
Pero una mañana, recién jubilada, divisó a través de la ventana de su dormitorio a sus vecinos. Primero, fueron unos segundos; después, minutos y, más tarde, horas y días enteros. A veces no veía nada, pero imaginaba qué hacían, cómo eran sus casas, por qué discutían… Aquello que, al principio, le produjo incomodidad, se convirtió en un motivo para vivir, en una adicción, que le exigía más y más. Necesitaba conocer todo sobre aquellos moradores.
Le hubiera gustado ser invisible, pulular entre ellos y formar parte de sus vidas. A falta de magia, acudió a la guarida del espía. En ella encontró los aparatos más sofisticados y de gran alcance que hubiera imaginado: visores nocturnos y térmicos, micrófonos espías, cámaras wifi, transmisores… Un sinfín de cachivaches que le permitieron entrometerse en las rutinas de sus vecinos sin que lo supieran.
Y así, sin proemio, su curiosidad se desbordó, huroneó sin prudencia y fisgó con desmesura.
Ya era capaz de montar y desmontar sus vidas, mientras la suya se desbocaba desenfrenadamente a un abismo despreciable y abyecto, más sombrío y opaco.
2 comments
24/02/2023 at 18:31 —
Dios mío que angustia
24/02/2023 at 22:55 —
A lo igual que el pelele presidencial triste final