texto: Fernando León. Fotografía: Julio Hidalgo
Como cien años de soledad, tras el cristal; sin esa atmósfera tensa; más bien tenue; sin el calor del trópico, con la historia por escribir y el tiempo depositado en la espera de un café aún no pedido.
Sentada a un velador ante el ventanal, quizá con música de la vieja nouvelle chanson française de fondo, que el vidrio, la puerta y el muro de fachada contienen para que el sonido no salga al exterior de la taberna.
Anhela una llamada; espera. Escena de cuadro hiperrealista que exuda vida; el rostro quizá destensado, facciones quizá tranquilas: no se ven. Inconsciente, o ensimismada, en sus pensamientos, no es una imagen fija.
Expuesta sin mirada, ocultos los ojos tras el flequillo de una melena rubia entre destellos de la apacible luz de la tarde y del local, un bar art nouveau neorretro de casco histórico que acoge estados de ánimo con y sin alcohol.
Fluye su imagen en un entorno de modernidad tranquila, de soledad apacible, apuntalada en la tramoya de su mente que bulle a la espera de un acontecer en su vida intensa, sin dolor, sin prisa, en un escaparate.
Sólo cuando se la mira desde el otro lado de la luna, porque dentro su respiración marca el compás del tiempo, se atisba un deseo pospuesto, paciencia entrenada, capaz de esculpirte con la mirada si aupara los ojos.