Ese arte sutil de posponer lo inevitable, de darle vueltas a las cosas hasta que se marean y se caen por sí solas. Hace semanas que quiero escribir sobre la indecisión, pero claro, nunca me viene bien. Siempre hay algo más urgente, más interesante o, simplemente, más fácil de hacer. ¿Por qué escribir sobre la indecisión cuando puedo, no sé, reorganizar mi colección de tallarines por colores?
No soy especialmente indeciso, creo. Pero, ¿quién lo es? La indecisión es como ese amigo que siempre llega tarde a las fiestas; pero cuando llega, se queda hasta el final y se lleva las sobras. Es esa vocecita en tu cabeza que te dice: «¿Estás seguro de que quieres hacer esto ahora?. ¿No sería mejor esperar un poco más?. ¿Qué tal si lo haces mañana? O pasado. O nunca».
Recuerdo un jefe indeciso al que le preguntabas dónde quería ir a Huelva o a Santander, y te contestaba: «Vale, vale».
Ayer mismo, paseando con Paco, llegamos a un cruce y me pregunto: «¿Qué opinas?». Estuvimos 40 minutos para seguir el camino porque ninguno quería decidir.
Tarde 8 años en proponerle matrimonio a mi ex. Y no sé por qué me dejó plantado. Seguramente por indeciso.
La indecisión es una maestra del disfraz. Se presenta como prudencia, como reflexión, como una necesidad imperiosa de investigar todas las opciones posibles antes de tomar una decisión. Pero en realidad, es solo una excusa para no hacer nada. Porque, seamos sinceros, decidir es difícil. Implica compromiso, responsabilidad y, lo peor de todo, la posibilidad de equivocarse.
Y ahí está el quid de la cuestión. La indecisión no es más que el miedo al error vestido de gala. Es ese temor irracional a tomar el camino equivocado, a elegir la opción menos buena, a descubrir que, después de todo, no somos tan infalibles como nos gustaría creer. Así que, en lugar de enfrentarnos a ese miedo, preferimos darle largas, posponer la decisión y esperar que, milagrosamente, la respuesta correcta aparezca ante nosotros como por arte de magia.
Pero, claro, la magia no existe. Y mientras esperamos, la vida sigue su curso. Las oportunidades pasan de largo, las decisiones se toman por defecto y nosotros nos quedamos ahí, en el limbo de la indecisión, preguntándonos qué habría pasado si hubiéramos tenido el valor de decidir.
Así que, aquí estoy, escribiendo sobre la indecisión después de semanas de procrastinación. Porque, al final, la única manera de vencer a la indecisión es enfrentándola de cara, con todas sus dudas y temores. Y, quién sabe, tal vez descubra que, después de todo, no soy tan indeciso como pensaba. O tal vez sí. Pero eso, es una decisión que tendré que tomar otro día.
3 comments
27/08/2024 at 14:15 —
Bien sabe dios que te iba a responder pero lo dejare para mañana
27/08/2024 at 18:10 —
La procrastinación es inevitable, máxime ante decisiones dolorosas. Un saludo, estimado, y te sigo en el Blog. Emito voto.
27/08/2024 at 22:55 —
Muchas gracias