Resumen de lo publicado: En el capítulo anterior fui confinado en una habitación, inoculado con pastillas radiactivas y convertido en Hormiga Atómica. Pasan los horas y mis atómicos poderes van desapareciendo a la misma velocidad que aumenta mi desesperación por el encierro.
No son fechas de carnavales. A pesar de lo cual, hoy me he disfrazado de la hormiga atómica.
La hormiga atómica es un dibujo animado de los años 60, que vendía las bondades de la radiación y que estuvo patrocinado por el consorcio norteamericano de energía nuclear.
Cuando alguien le preguntaba a mi padre por sus hijos, él contestaba orgulloso: «Tengo dos hijos médicos y el chico». El chico soy yo y juro que contestación que daba mi padre no me dejó traumatizado para toda la vida. Mi psicóloga dice que sí, pero mi psicóloga no conoció a mi padre.
De las películas americanas he aprendido mucho, tanto, que cuando viajé a Nueva York todo me resultaba tan familiar que me pareció estar en mi casa delante de la tele viendo cualquier película de policías en Manhattan
Tendemos a pensar, creo, que hacerse viejo es un lento proceso que empieza el día que nacemos. Vas paseando por la vida y con los años aparecen síntomas de envejecimiento que te van preparando para el día en el que al mirarte al espejo ves al otro lado un tipo que se parece a tu padre o a tu madre, y eres tú.
Las malas noticias tienen vida propia, no se rigen por código alguno, ley o reglamento. Se reproducen en cualquier hábitat sólo requieren tiempo para multiplicarse.
Hasta ahora he observado con suficiencia a todos mis amigos que tienen que tomar una pastilla cada mañana para aliviar múltiples dolencias: Benedicto, Felipe, Paco, Sonia, Carmen…
Entre los viejos de mi familia, a menudo, para describir cuando alguien se hace daño a sabiendas exclamaban: «¡Me pegó el cabo, que se joda el cabo!». Probablemente esa frase hiera las múltiples y finas sensibilidades actuales, pero no se me ocurre otra mejor para definir actitudes gilipollescas.
Hace tiempo que vengo observando como a las puestas de sol acuden miles de personas, que embobadas, miran el horizonte por donde se pone la estrella, y con el último rayo de luz, rompen en fervorosos aplausos, incluso piden bises, sin que hasta el momento, que se sepa, el sol haya repetido su puesta, por más peticiones que se produzcan. Se ve, que el sol no entiende de horas extras.
Intentando remediar la pereza solar, dejo aquí unos cuantos ocasos para los muy cafeteros.
Esta mañana llovía a cántaros, mis pies estaban sumergidos en las fosas Marianas, podía pasar por pez, anfibio, pulga de agua o cualquier otro bicho acuático. No había taxis, los autobuses no paraban y me dio por pensar todas las cosas que no suceden cuando las necesitas. Un dos tres, responda otra vez:
Préstamos bancarios: ¡Claro, los bancos están más que dispuestos a prestarte dinero cuando ya tienes suficiente! Es como si te ofrecieran un paraguas solo cuando el sol brilla intensamente.
Taxis en días soleados: ¿Necesitas un taxi cuando está lloviendo a cántaros? Buena suerte. Pero en un día soleado, hay tantos que podrías pensar que estás en una convención de taxistas.
Ofertas de trabajo: Después de meses de búsqueda, finalmente consigues un trabajo. Y justo entonces, empiezan a llover ofertas de empleo. ¡Qué conveniente!
Descuentos y promociones: Acabas de comprar algo carísimo y, al día siguiente, aparece una oferta con un 50% de descuento. ¡Perfecto!
Consejos no solicitados: Cuando estás completamente perdido, nadie tiene nada que decir. Pero en cuanto encuentras tu camino, todos se convierten en expertos en el tema.
Invitaciones a eventos: Pasas meses sin nada que hacer y, de repente, recibes invitación a 3 bodas el mismo fin de semana. ¡Ruina!
Servicio al cliente: Cuando realmente necesitas ayuda, parece que «todos nuestros operadores» están ocupados. Pero si solo tienes una pregunta trivial, te atienden en segundos.
Wi-Fi: La conexión a Internet es perfecta, hasta que haces una video llamada con tu novia en Cortegana, entonces ¡adiós señal!
Lluvia y paraguas: Llevas un paraguas todo el día y no cae ni una gota. Pero el día que decides dejarlo en casa, ¡diluvio universal!
Amigos y mudanzas: Nadie está disponible para ayudarte en la mudanza . Pero una vez que ya estás instalado, todos aparecen para la fiesta de inauguración.
Seguros: son estupendos a la hora de vendértelos, eso sí, cuando los necesitas invocan la cláusula 234 que dice que en caso de rotura verde las han segado.
Rebajas de ropa: Encuentras la camisa perfecta y, por supuesto, no está en rebajas. Pero una vez que la compras, mágicamente aparece en oferta la semana siguiente.
Consejos de salud: Cuando estás sano, todos tienen consejos sobre cómo mantenerse en forma. Pero cuando estás enfermo, parece que nadie sabe qué hacer.
Tráfico: Siempre hay tráfico cuando tienes prisa. Pero si sales con tiempo de sobra, las calles están tan vacías que podrías pensar que es un día festivo.
Tecnología: Tu móvil funciona perfectamente hasta que tienes pagar la compra. Entonces, decide actualizarse o fallar sin previo aviso. Las 220 personas de la cola quieren asesinarte.
Llamadas importantes: Nadie te llama en todo el día, pero en cuanto entras en la ducha, tu teléfono no para de sonar.
Mientras pensaba todas esas desgracias paró a mi lado un coche rojo, bajo la ventanilla, y una pelirroja de cine me dijo que me llevaba. Sentí tanto calor que mis pies flotaron sobre las aguas y se me secaron hasta los lagrimales de la impresión.
Cuando volví en mi, los municipales me estaban multando por atravesar la calle si mirar y casi ser atropellado por un coche rojo.
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