A mi ex le encantan los perros, a mí los gatos. Por eso no me dejó. Fue por mi forma de ser. Un día me dijo con voz aterciopelada: «Amore, vete con tu gata que yo me quedo con mi perra». Y hasta ahora.
Desde entonces la Señora Pincho y yo compartimos vida, vivienda y latas de pescado. La Señora Pincho es una siamesa de ojos azules. Cuando me la regalaron a cambio de una caja de polvorones cabía en la palma de mi mano. Era una bola de pelo marrón con dos alfileres azules. Ahora la bola se ha convertido en una pelota enorme y mi mano en su postre preferido.
De madrugada se sube a mi cama y se echa encima de mi. No exactamente como mi ex, aunque da un calor parecido. A veces me ronronea y a veces me araña. Otra coincidencia con mi ex. Y hasta ahí quiero contar.
Dicen que los gatos adoptan a sus dueños, que se hacen los reyes / reinas de la casa; que te hacen caso cuando quieren, que son exigentes e independientes. Aquí podría hacer una comparativa con mi ex, pero seguro que el pensamiento reinante me iba a calificar de fobigatuno o fobimujeruno. Así que sólo subrayaré que lo antes escrito es cierto; lo compruebo diariamente con la Señora Pincho.
Hasta ahora la Señora Pincho y yo nos llevamos como cualquier pareja: ora me araña, ora se roza conmigo. La acaricio cuando se deja, me acaricia cuando le da la gana y así pasan los días. Yo le cuento mis cosas y ella me mira desde sus ojos azules con cara de «quepesadoesestehombre».
Estamos bien, compartimos piso, lata y pelos en el sofá.