Entre los viejos de mi familia, a menudo, para describir cuando alguien se hace daño a sabiendas exclamaban: «¡Me pegó el cabo, que se joda el cabo!». Probablemente esa frase hiera las múltiples y finas sensibilidades actuales, pero no se me ocurre otra mejor para definir actitudes gilipollescas.
Entre las distintas modalidades de pegada de cabo deben destacarse las financieras, las amorosas, las cabezonas y las directamente suicidas.
La forma financiera
Consiste en pegarse una hostia, consciente y deliberadamente, enterrando tu dinero en negocios ruinosos, que ni al que asó la manteca se le ocurrirían. Hace unos años, los Ruiz Mateos lanzaron una campaña gigante para conseguir dinero de inversores a los que se prometía un beneficio galáctico. Todo estaba avalado, lo juro, por los miles de litros de coñac que la familia poseía en sus bodegas de Jerez de la Frontera. Mi amigo Benedicto, abstemio por religión, invirtió su dinero en aquella promesa etílica y se quedó si él. Yo le decía: «Benedicto, ¿te parece suficiente aval una borrachera en Jerez?». Él, hombre de convicciones, me miraba condescendiente y decía: “¿Sabrás tú más que los Ruiz Mateos?»; además, añadía: «Es mi dinero y si quiero perderlo lo pierdo». Con esa respuesta me largué corriendo al bar más cercanos a ver si quedaba alcohol avalable.
La forma amorosa
Esta es una de las más abundantes de pegada de cabo. Básicamente consiste en aguantar hasta el infinito y más allá con tu pareja a la que no quieres ni te quiere, en una competición de a ver quien da más por saco al otro. Se practica en las actividades diarias que impliquen molestar al contrario. No te gustan los gatos, pues tienes 6 porque a ella le gustan menos. Te encanta viajar, pues te quedas en casa un año porque él disfrutaría haciéndolo. Odias la coliflor y te la cenas todas la noches para atufarla a ella que le da mareos.
Se trata de mortificar al otro, aunque en ello te dejes el estómago, te hagas alérgico o te salgan hongos por no ver la luz del día.
Carmen fue un ejemplo de todo eso. Se casó con un novio capullo que le amargaba la vida sólo porque «no se riera de ella». Tuvo hijos con su marido capullo que le amargaba la vida sólo para que se gastase el dinero en pañales y cuando enviudó, se amargó la vida porque ya no tenia a nadie que se la jodiera.
La forma cabezón
Y para terminar describiré el modelo cabezón de pegada de cabo. Esta fórmula es la más común. Hace referencia a decisiones que perjudican sólo a uno mismo como por ejemplo aquello de «ahora me enfado y no respiro», o la más sangrienta de «me corto las venas» .
Básicamente, el modo cabezón es machacarse uno mismo sin que al otro le importe un carajo.
Por supuesto, yo en mi vida he caído en esas estupideces; y si llevo dos horas escribiendo esto y a ti te da lo mismo, pues voy y no respiro, y fin.