Mi psicóloga me ha recomendado escribir a mano para «podar las neuronas». Yo, escéptico sobre el poder curativo de la psicología, pensaba que en realidad su labor era directamente heredera del padre Abrahán, el cura que me confesó antes de la primera comunión.

Como no tenía pecados que contar, me los inventaba. La consecuencia de la falsa confesión no se hizo esperar.

Algún pelota desocupado de los que abundan en el cielo chivó mi mentira; y no sé qué arcángel de guardia me envió un ataque de apendicitis aguda que me dejó doblado.

Kelvinator

Llegué a mi casa con un doble dolor: el físico en la ingle y el espiritual en la mentira al padre Abrahán. Le dije a mi madre que me dolía mucho aquí y ella, que había estudiado medicina en la universidad de Kelvinator, me miró desde la altura de su ciencia médica y diagnosticó que aquello no era apendicitis. Me recetó un bocadillo de chorizo y a la calle.

El resultado del diagnostico, sorprendentemente equivocado, dio como resultado mi ingreso urgente en el hospital y la extirpación de la apéndice,

cuya falta no me hizo más imbécil de lo que venía siendo normativo en aquellas fechas.

Psicólogos

Aquella dolorosa experiencia confesional me convirtió en un tipo descreído en lo relativo a contar mis pensamientos a curas, psicólogos y bienintencionados del mundo.

Consecuencia de ello debe ser que mis neuronas han crecido como les ha dado la gana, y de ahí la necesidad de podarlas.

He buscado en todos los «intérneses» sin éxito. ¿Alguien sabe dónde encontrar una podadora de neuronas?

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