Zapatos Gorila
De mi paso por el colegio de Primaria, todavía recuerdo algunos nombres y algunas historias. Los Azagra, Aizpún, Goyena, Álvarez, Lascoity , Fuentes, Morán… eran como yo: niños de siete u ocho años pertenecientes a notables familias navarras. Alumnos de Las Misioneras del Sagrado Corazón, justo detrás de Cristo Rey y cerquita del Tenis.
Eran como yo en lo de siete u ocho años. En los demás nada. Ni mi familia era notable, salvo por las roscas de vino que hacía mi madre, ni era navarra.
Otra diferencia que me separaba de mis compañeros era mi extraordinaria capacidad para no hacer nada. Mientras la clase atendía con fervor misionero las explicaciones de la madre Anunciación sobre las reglas de urbanidad, por ejemplo; a mí me distraía el vuelo de una mosca, sobre todo cuando había, y si no había mosca, la imaginaba. Todo con tal de no pegar sello.
Incomprensiblemente para mí, fui castigado por la madre Landín con el débil argumento que yo había tardado una semana en escribir del uno al cien. No sé por qué hay que poner límite de tiempo a esas cosas, teniendo en cuenta que no me dijeron cuándo debía terminar la tarea.
Fin de Curso
En fin, llegó el fin de curso. La madre Anunciación nos dijo: «Mañana, a la hora del recreo, todos en la puerta. Vendrá Turgel». El fotógrafo de la calle Olite nos haría una foto de toda la clase para recuerdo imperecedero de aquel curso.
Con mi cabeza dispersa en cualquier cosa, no presté atención a la convocatoria; y cuando llegó el momento de la foto, los Azagra, Aizpún, Goyena, Álvarez, Lascoity, Fuentes, Morán y todos los demás se presentaron de punta en blanco, y yo allí con mis gorilas de lona.
Aquellas botas Gorila traían una pelotita de regalo. ¡Eso era marketing!. Las mías se habían ido deteriorando y a pesar que mis pies crecían, las botas no. Resultado: un agujero en la puntera, respiradero para el dedo gordo.
Mi madre, inventora de la economía circular, del reciclado y de la cocina de aprovechamiento, le dio un cosido a la puntera. A mí, aquel zurcido me llevaba por la calle de la amargura. El tiempo que estaba de pie lo pasaba con unas posturas, entra bailarín del Bolshói y niño a punto de orinarse encima. Con el pie derecho me pisaba la puntera cosida del izquierdo y así tapaba la vergüenza.
El maldito día de la foto de grupo parecía que todos mis compañeros habían vaciado la calle Zapatería. Todo eran botas brillantes y zapatos nuevos; a su lado, y en primera fila, mis gorilas remendadas gritando al mundo: ¡Hidalgo lleva la bota zurcida!
En la foto final, de entre los 40 niños hay uno con un pie pisando el otro, como si se estuviera orinando: Hidalgo, el de las botas Gorila.