La tercera acepción de mártir en el diccionario es: «Persona que se sacrifica en el cumplimiento de sus obligaciones». Ninguna definición ha descrito, sin embargo, otra forma de martirio: el automartirio o, en extenso, «persona que se sacrifica vaya usted a saber por qué».
Los susceptibles son esas criaturas delicadas que habitan entre nosotros, siempre al acecho de cualquier comentario inofensivo que puedan convertir en un drama digno de culebrón . Ser susceptible es casi un superpoder. Mientras el resto de la humanidad podemos pasar el día sin preocuparnos por cada palabra dicha, ellos tienen la capacidad asombrosa de encontrar ofensas ocultas donde nadie más ve nada. Son los James Bond de los malentendidos.
Últimamente está de moda pedir perdón, mejor dicho, que te pidan perdón. El presidente de México, de apellido López, le exige al rey de España que le pida perdón por lo que hicieran los antepasados de López. Y digo yo que debería pedírselo a sus tatatatararabuelos. O mejor todavía, debería exigirles a los Mexicas, que sacrificaban entre veinte y treinta mil colegas al año, que se disculparan, si es que queda alguno para hacerlo.
En fin, al hilo de estas historias, me he puesto a pensar sobre quien tiene que pedirme perdón, que lo pida yo da para otro capítulo. He pensado una lista de ofensores y ofensas que transcribo seguidamente clasificadas por etapas de la vida
La Infancia
1 Mi madre, por obligarme a ir al colegio con evidentes y dolorosos retorcijones de barriga.
2 Mi padre por hacerme un silbato de lata y una espada de madera y no dejarme fumar.
3 Mi hermana mayor por ponerme en contacto con sustancias cancerígenas al mandarme comprar su tabaco
4 Mi hermano de en medio por sacarme de la piscina a gritos para parecer mayor.
5 Mi tío Pepe, por cambiar mis 50 monedas de la hucha por un billete de cincuenta haciendome creer que daba lo mismo y dejar la hucha muda
6 El padre Goicoechea por la cantidad de hostias que repartió
7 La madre Anunciación, por castigarme sin recreo hasta que no dejara de escribir con la izquierda.
8 Don José Duclos por las pesadillas que me producían sus clases de matemáticas.
9 Goyena, por reirse de mis orejas.
10 Tía Rosario por lo bocadillos de chocolate terroso.
Paseando por Trujillo, me encontré esta calle que me hizo buscar la historia del último verdugo español y que amablemente, y gratis te dejo aquí
Antonio López Sierra, nacido en Badajoz, Extremadura, fue el último verdugo en España. Su vida y carrera están marcadas por las complejidades y controversias de su oficio, especialmente durante los últimos años del régimen franquista. López Sierra asumió el papel de verdugo en una época en la que la pena de muerte aún era una práctica legal en el país, y su trabajo consistía en llevar a cabo ejecuciones ordenadas por el estado.
Uno de los casos más notorios en los que estuvo involucrado fue la ejecución de Salvador Puig Antich en 1974, un joven anarquista catalán cuya muerte generó una gran controversia y protestas tanto dentro como fuera de España. Este evento se convirtió en un símbolo de la represión del régimen franquista y dejó una marca indeleble en la historia del país.
López Sierra provenía de una familia humilde y aceptó el trabajo de verdugo como una forma de sustento económico. A pesar de la naturaleza de su trabajo, que lo colocaba en una posición de aislamiento social, desempeñó su papel con un sentido de deber y profesionalismo. Su historia refleja las difíciles circunstancias sociales y económicas de la época, así como las tensiones políticas y morales que rodeaban la práctica de la pena de muerte.
Después de la abolición de la pena de muerte en España en 1978, López Sierra se retiró y vivió el resto de su vida en relativa oscuridad. Su figura ha sido objeto de numerosos estudios y relatos históricos, que buscan entender mejor el papel de los verdugos en la sociedad y las implicaciones éticas de su trabajo.
El otoño en Cáceres es un espectáculo de luz y sombra, donde las piedras antiguas tienen vida al reflejar el sol bajo el cielo azul claro. Cada rincón de la ciudad monumental cuenta una historia, y durante esas mañanas otoñales, el tiempo se detiene para que el visitante pueda disfrutar, sin prisa, de su luz.
Dedicado con todo mi agradecimiento a la gente estupenda del Hospital Universitario de Cáceres
Del quirófano a la UCI. Lo primero que vi o adiviné, entre los vapores de la anestesia, fueron dos caras sonrientes que dicen no sabes muy bien qué. Y yo, en mi ánimo de agradar, pronuncio frases inconexas y les pregunto que si me han cortado el cuello, cómo es posible que lo tenga aún pegado al resto del cuerpo.
Mientras lees esto yo estoy en el quirófano. Si salgo vivo escribiré más, si la palmo no creo que pueda hacerlo. Así que por si acaso me despido con un beso para todos. Uno para cada uno.
Mi amiga Carmen dice una frase de las que se graban en mármol: «No hay amor fraterno que supere un proindiviso». Eso, traducido del lenguaje culto, viene a decir que las herencias pueden ser bombas de profundidad en la apacible vida de quien las recibe.
Como si en Cien años de soledad, tras el cristal; sin esa atmósfera tensa, más bien tenue; sin el calor del trópico; con una historia por escribir y el tiempo depositado a la espera de un café aún no pedido.
Sentada a un velador ante el ventanal, quizá con música de la vieja nouvelle chanson française de fondo, que retienen el muro de fachada y la cristalera para que el sonido no exceda la taberna.
Ansía una llamada; anhelo en un cuadro hiperrealista que exuda vida; rostro quizá tenso, facciones quizá tranquilas; no se ven. Inconsciente, o ensimismada en sus pensares, no es una imagen fija.
Expuesta sin mirada; ojos entreabiertos bajo el flequillo, pelocorto-melenarrubia; leves destellos de luz vespertina y del local, un bar-colmado neorretro nouveau style de casco viejo que acoge estados de ánimo con y sin alcohol.
Fluye su imagen en torno a una modernidad calma, de soledad entibada en la tramoya de una mente que buye a la espera de un acontecer en su vida, intensa, sin dolor, sin prisa, de escaparate y momento presente.
Cuando se la observa desde el otro lado de la luna -en éste, dentro, marca la respiración en ciclos, a compás-, se atisba un deseo pospuesto, una paciencia entrenada, capaz de esculpirte un acecho si aúpa la mirada.
Sin recato, en la ajenidad impune de su presencia ve en el móvil un mundo en stand byal aguardo de un verso como de Safo a Faón; o faleceo, a Lesbia, de Catulo; áureo de Pitágoras; o en terza rima de Dante a Beatriz.
Aromas de silencio medido en hexámetro arcaico o en endecasílabo, hasta diluirse en Soledades con esa historia por escribir -mientras llega su café con Ne me quitte pas de Brel en Radio3 o Renascen¢a-, quizá en prosa poética.
Arquetipo de la gZ, enmarcada por focos extraños a su tiempo, la visualizan sin ser consciente de mirares que la escrutan -y fijan en sus retinas-. Ella sigue en su ensueño ajena a l@s nadies que pululan al envés de la cristalera.
El edadismo, esa majadera y absurda discriminación por la edad, es como el primo tonto de la familia de los prejuicios. No importa si eres joven o viejo, siempre hay alguien, condescendiente, dispuesto a recordarte que no encajas en el molde perfecto de Facebook, TikTok o Instagram que casi llenan su cabeza vacía.
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