El señor Tamames
«Y quien esté libre de ridículo que tire la primera piedra» (San Juan a los Afásicos)
Hacer el ridículo es un derecho humano recogido en la Declaración Universal.
Yo lo hago con relativa frecuencia, aunque es verdad que sus efectos, con el paso del tiempo, son menos dolorosos.
Por no ser pesado voy a contar dos o tres, o cuatro, situaciones ridículas en las que he sido protagonista.
La boda
1.- La boda de mi hermana. Para tal evento me compré, yo solito, un traje de color café, con poca leche, que incluía chaleco de 30 botones, pantalón campana de la catedral de Burgos, camisa indescriptible y una corbata con el nudo más grande que mi cabeza.
Al verme en la ceremonia, me confundieron con el cantante de la orquesta Los Hermanos Brother Blues Band, que amenizó el baile hasta que mis zapatos de punta fina me deshicieron los dedos de los pies.
Ojos verdes
2.- Estando sentado con Luis, en la terraza del Iruña, veo que una chica de ojos verdes, morena de pelo y piel me mira con ojos golosos. Le digo a Luis, «aquí hay tema». La de los ojos verdes me sonríe, se levanta y viene hacia mí. Yo pierdo el aplomo y el equilibrio al incorporarme pare recibirla como merece.
La chica pasa a mi lado, huele a promesa de amor (vaya frase ridícula). Y cuando parece que se va a arrojar en mis brazos, hace un quiebro y le planta un beso de cine al tipo de la mesa de al lado, que no era más guapo que yo, pero que al parecer era el novio.
El Billete
3.- Siempre voy con el billete en al mano cuando ocupo mi asiento en el tren. Me aprendo el número de asiento, la ventanilla, el pasillo, y todos los datos para no equivocarme. En un viaje a Aranjuez dos mujeres mayores que iban a El Escorial le rogaban al revisor que las dejara bajar ya, no porque fueran en dirección contraria a su destino, sino por lo ridículas que se verían antes sus maridos.
Yo me reía para mis adentro con la escena y en esto se planta a mi lado otra mujer que, con el billete en mano, me dice que su asiento es el que yo ocupo. Con cierto tono de suficiencia le explico que mi sito se corresponde con el billete, el 6D. Ella me enseña el mismo 6D. Despotricando contra Renfe por vender el mismo asiento a dos pasajeros, llamo al revisor(a), le enseño el billete conteniendo mi cabreo contra la inepta compañía y me dice: «Este 6D se encuentra cuatro vagones atrás».
Tierra trágame. Cojo la maleta, que casi me da en la cabeza, y me arrastro por el vagón mientras 99 ojos, viajaba un tuerto, se reían a mis espaldas.
Conclusión: todo podemos hacer el ridículo y si no que se lo pregunten al señor Tamames.