El edadismo, esa majadera y absurda discriminación por la edad, es como el primo tonto de la familia de los prejuicios. No importa si eres joven o viejo, siempre hay alguien, condescendiente, dispuesto a recordarte que no encajas en el molde perfecto de Facebook, TikTok o Instagram que casi llenan su cabeza vacía.
La gente, ese grupo humano al que pertenecemos, pero del que siempre nos excluimos para echarle la culpa de todo. Porque, seamos sinceros, ¿quién no ha dicho alguna vez “es que la gente es tonta”? Claro, tú no. Tú eres la excepción. Tú eres el único ser racional en un mar de caos y estupidez.
Ese arte sutil de posponer lo inevitable, de darle vueltas a las cosas hasta que se marean y se caen por sí solas. Hace semanas que quiero escribir sobre la indecisión, pero claro, nunca me viene bien. Siempre hay algo más urgente, más interesante o, simplemente, más fácil de hacer. ¿Por qué escribir sobre la indecisión cuando puedo, no sé, reorganizar mi colección de tallarines por colores?
Yo creo que fue entre la segunda cerveza y el primer plato de choco frito, Carmen había empezado la conversación sobre las enfermedades de todos los conocidos habidos y por haber.
Como no había manera de olvidarla, fui a la psicóloga y, por 60 euros la hora, me habló agazapada tras su portátil. De los 600 euros que gasté traigo aquí extractos de sus reflexiones.
Ah, el miedo a volver a los lugares donde viviste! Es como si esos sitios tuvieran una memoria propia y estuvieran esperando para recordarte todas las cagadas que hiciste. Imagínate ir a tu antiguo barrio y que las farolas te miren con cara de «¿En serio? ¿Otra vez tú?».
Venecia, la Serenísima, emerge de las aguas como un sueño. Sus canales, como venas líquidas, recorren la ciudad, entrelazando palacios y callejones. La Plaza de San Marcos, corazón de Venecia, es un escenario majestuoso. Aquí, la Basílica de San Marcos se alza con sus cúpulas doradas, mientras que el Campanile ofrece vistas panorámicas de la ciudad. Sepultada bajo un millón de turistas.
El Puente del Rialto, antigua arteria comercial, se alza en una curva elegante sobre el Gran Canal. Sus arcos de piedra son testigos silenciosos de siglos de historia y comercio. Los turistas se agolpan en sus pasarelas, capturando la esencia de Venecia en sus cámaras. Sepultado bajo un millón de turistas
Las góndolas, con sus proas curvadas y gondoleros vestidos de rayas, navegan con gracia por los canales. El suave chapoteo del agua contra la madera crea una sinfonía melancólica. Los enamorados se abrazan, mientras los venecianos, ¿Existen? acostumbrados a esta belleza, siguen con sus vidas cotidianas.
Pero no todo es idílico. La marea de turistas fluye incesante. Cámaras en mano, mapas desplegados, se mezclan con los venecianos, que sortean la multitud con paciencia. Los comerciantes ofrecen máscaras de carnaval y souvenirs, adaptándose al flujo constante de visitantes.
Venecia, ciudad de contrastes, vive en un delicado equilibrio entre su esplendor y la presión turística. Sus canales, plazas y puentes son un tesoro, pero también una carga. Los venecianos, resilientes y orgullosos, siguen luchando por preservar su identidad en medio de la marea humana.
En cada esquina, la historia y la modernidad se entrelazan. Venecia, con su encanto único, sigue siendo un imán para los viajeros, quienes, al sumergirse en sus calles, se convierten en parte de su leyenda. Sepultada bajo un millón de turistas
«Abuela ha muerto». Esa frase retumba en su cabeza como las insistentes campanas de una iglesia; le presiona las sienes como el martilleo de la música en una discoteca, pero ni su corazón ni su cerebro atinan con el significado.
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