Colores y muerte

En las tardes de julio solo cabían 5 colores: azul del cielo, rojo de los tejados, blanco de las fachadas, verde de los patios y amarillo del sol y del campo. Pero aquella tarde traía un color nuevo: el negro.

Todos esos colores se veían desde el campanario. Y el calor.

Juanón era un hombre grande, a mí me lo parecía, alto y callado, que siempre andaba solo por las calles. Yo creo que tendría la edad de mi padre. No sé más de él, bueno sí, sé que tenía una madre vestida de negro que aparecía siempre que a Juanón le de daba el «ataque«.

Y el calor, tanto calor, que no dejaba sudar. Un cernícalo se mantenía suspendido en el aire sobre el campanario, como sujeto por un hilo invisible.

El sol de las 8 de la tarde no se cansaba nunca. Quemaba el cielo, quemaba el campo, quemaba los tejados, las fachadas y los patios.

La calle Larga

Al fondo de la calle Larga apareció el color negro. Desde las alturas del campanario se veía una mancha oscura que avanzaba hacia la iglesia. La mancha se fue definiendo en gente vestida de negro que seguían al cura, al monaguillo con la cruz de plata y al ataúd que llevaban seis hombres. Y en el ataúd Juanón.

Tocábamos a muerto. Nueve tañidos de la campana grande para los hombres, ocho tañidos para las mujeres y repiques del esquilón para los niños.

De aquel hombre sabía que le deba el «ataque». Sin mediar aviso, convulsionaba, gemía e intentaba agarrarse al aire para no caerse y giraba como un molinillo dando golpes al que se encontrara al lado. Por eso la gente corría del lugar gritando: «¡A Juanón le da el «ataque»!.

La escena siempre terminaba igual: Juanón en el suelo semiinconsciente, la boca entreabierta con un hilillo de espuma y su madre que llegaba corriendo a socorrerle.

La calle se vaciaba. La madre lo abrazaba. Le limpiaba la boca y la sangre de la cara. Lo apoyaba en la pared hasta que se levantaba y, agarrados de la cintura, se iban calle Larga arriba hacia su casa.

Seguimos tocando hasta que se cerraron las puertas de la iglesia. Nos quedamos en el campanario para ver la salida de la gente camino del cementerio. El sol abrasaba y los colores volvían a ser los de siempre.

El «ataque»

Dos días antes, a Juanón le dio el «ataque». La madre, avisada por no se sabe qué instinto, acudió corriendo a su hijo y él, desconcertado, le pegó un puñetazo en la cara, le pegó en la cabeza, le pegó y le pegó puñetazos en el cuerpo antes de caer convulso al suelo.

Esta vez salió la gente a la calle, ayudaron a la madre, a Juanón le gritaron y le insultaron.

El campanario es muy alto, a mí me lo parecía. Desde arriba se ve todo el pueblo. El azul del cielo, el rojo de los tejados, el blanco de las fachadas, el verde de los patios y el amarillo del sol y del campo. La tarde anterior trajo un color nuevo, el negro. A los pies del campanario estaba el cuerpo de Juanón. Chocó contra el suelo con un golpe seco.

Esta vez su madre no pudo ayudarle.

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3 comments

  1. Nuria de Espinosa
    20/04/2024 at 02:14 — Responder

    Qué triste. Pobre Juanon. Me recordó los ataques epilépticos de mi hermana cuando era una niña y lo pasaba fatal. Se caía al suelo con las convulsiones y más de una vez hubo que salir corriendo para el hospital. Una dura historia muy bien desarrollada. Saludos

    1. Pepógrafo
      20/04/2024 at 07:07 — Responder

      Muchas gracias

      1. Davinia
        25/04/2024 at 22:29 — Responder

        Nunca te canses de ayudar a los demás, hay personas que viven y mueren esperando.

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