El ave se queda sin carbón
A estas frescas horas de la tarde, 36º, Renfe ha invitado a los pasajeros del Alvia Madrid Badajoz, a pasear por los andenes de la estación de Navalmoral. Parece que se le acabó el carbón al ave de Extremadura
A estas frescas horas de la tarde, 36º, Renfe ha invitado a los pasajeros del Alvia Madrid Badajoz, a pasear por los andenes de la estación de Navalmoral. Parece que se le acabó el carbón al ave de Extremadura
La verdad es que mi amigo Camilo Anchústegui antes, Antxustegui ahora, es un hombre hecho así mismo. No lo tuvo fácil en la vida. Trabajando desde crío, no le daba tiempo a disfrutar de los juegos de su edad.
Ya joven, montó un negocio de polipastos y ferralla que le absorbía la vida. Se casó por poderes mientras vendía poleas en Cuenca. La otra novia, la que él quería, lo dejó porque de tanto no verlo se le olvidó la cara.
Sólo trabajar, sólo ir y venir, trajo como consecuencia que se le olvidó la vida entre hierros y poleas; y ahora, cerca de la jubilación, decidió darse el gusto de recuperar todo lo que en cincuenta años no había hecho.
Para no perderse, creó una lista y, en orden de revancha, fue apuntando lo que quiso y nunca hizo.
La primera acción fue comprarse el triciclo que su señor padre siempre le negó. En la juguetería le preguntaron la edad del niño. Contestó: «Sesenta y cinco años». Se lo llevó puesto.
Con el siguiente paso cumplió otra ilusión perdida. Compró el piano más caro que pudo. Hizo obras en el salón, no cabía, y se apuntó a un curso de Youtube. En unos meses, Paquito el Chocolatero no tenía secretos para sus dedos.
Lo siguiente en la lista fue construir una grúa enorme con el Meccano. Sus dedos eran demasiado grandes para los pequeños tornillos.
Se acordó de la otra novia, la que él quería, y que localizó en Facebook. Ella al principio no lo reconoció. Después lo reconoció y lo bloqueó sin más.
En esta vorágine de hacer cosas perdidas, se di cuenta que nada sabía como él recordaba: que el triciclo era pequeño, el Meccano aburrido, Paquito el Chocolatero un coñazo…
Camino de Santiago, recurso para jubilados con vocación exploradora, reflexionó sobre la imposibilidad de recuperar lo no hecho.
De vuelta a casa, mientras pelaba una naranja que no olía a naranja, le dijo su mujer: «Camilo, ahora que ya estás jubilado, ¿Por qué no haces todas esas cosas que te gustan?».
Le dirigió una mirada vacía, dejó la naranja en el plato y le contestó: «Las cosas que me gustan ya no huelen como antes».
Mi exmujer me dijo varias veces, que mi problema era que yo no me quería nada. No entendía muy bien eso hasta que se fue con un señor de Santander, y desde entonces,en casa se siente un poco más vacío, pero al menos tengo más espacio para mis calcetines desparejados.
Supongo que Santander tiene su encanto, o al menos eso debe de haber pensado mi mujer. Tal vez sea el aire fresco del mar o simplemente la promesa de unas buenas olas. ¡Quién sabe!
Ahora, cuando escucho la palabra “Santander”, no puedo evitar imaginarme a mi mujer y a un señor como Revilla, cogidos de la mano y paseando por la playa, como si estuvieran en una película romántica. ¿Debería considerar escribir un guion?
Pero no todo es tristeza en esta historia. Me di cuenta de que ahora puedo dejar la tapa del váter levantada sin que nadie me regañe. ¡Pequeñas victorias!
Además, descubrí que tengo talento para la cocina.Puedo hacerme mis propias comidas sin preocuparme por satisfacer sus gustos culinarios. ¿Quién sabía que mis habilidades gastronómicas estaban esperando a ser desatadas?
Supongo que la vida es un viaje lleno de sorpresas. En mi caso, la sorpresa fue que mi mujer eligiera a un señor de Santander como su compañero de viaje. Espero que hayan disfrutado del camino juntos.
Aunque admito que a veces me siento un poco celoso de ese señor de Santander. ¿Qué tiene él que yo no tenga? Tal vez sean sus habilidades para surfear o su gusto por las anchoas. Quizás debería tomar unas clases de surf y preparar un un bocata de anchoas para impresionarla si algún día vuelve.
Pero mientras tanto, puedo disfrutar de mi tiempo libre sin la presión de una relación. Ahora puedo pasar las noches viendo mis películas favoritas o disfrutando de una partida de videojuegos sin interrupciones. ¡Es una libertad asombrosa!
No hay duda de que esta historia se ha convertido en una anécdota divertida para contar en reuniones familiares. Siempre habrá risas y bromas sobre cómo mi mujer encontró el amor en Santander, mientras yo descubría mi amor por los calcetines desparejados.
Y, quién sabe, tal vez algún día mi exmujer regrese . Mientras tanto, seguiré intentando averiguar cómo se quiere uno a sí mismo, aunque no sé si eso es bueno. Por si acaso he comprado un billete a Santander.
¿Te has dado cuenta de que la vida es mucho más fácil cuando no tienes que asumir ninguna responsabilidad? ¿Para qué preocuparse por las consecuencias de tus acciones si puedes culpar a alguien más? Aquí tienes algunos consejos para convertirte en un experto en echar balones fuera:
– **Nunca admitas tus errores**. Reconocer que te has equivocado es una señal de debilidad y te hace vulnerable a las críticas. En cambio, niega la evidencia, inventa excusas o cambia de tema. Recuerda: tú nunca te equivocas, son los demás los que no te entienden.
– **Busca un chivo expiatorio**. Cuando algo salga mal, busca rápidamente a alguien a quien echarle la culpa. Puede ser tu pareja, tu jefe, tu compañero de trabajo, tu amigo, tu vecino, tu mascota o incluso el clima. Lo importante es que no seas tú el culpable. Si no encuentras a nadie, siempre puedes recurrir a los clásicos: el gobierno, la sociedad, el destino o Dios.
– **Critica a los demás**. Una buena forma de desviar la atención de tus propios defectos es señalar los de los demás. Así parecerás más inteligente, más competente y más moral que ellos. No importa si no tienes ni idea de lo que hablas, lo importante es que suenes convincente y seguro de ti mismo.
– **Juega a la víctima**. Si alguien te acusa de algo o te pide explicaciones, actúa como si fueras el más perjudicado y ofendido. Di cosas como «no es justo», «no me merezco esto», «nadie me valora», «todo el mundo está en mi contra» o «yo solo quería ayudar». Así conseguirás que los demás se sientan culpables y te compadezcan.
– **Evita las consecuencias**. Si puedes escapar de las situaciones difíciles o incómodas, mejor que mejor. No te enfrentes a los problemas, huye de ellos. No des explicaciones, ignora las llamadas. No pidas perdón, desaparece. No busques soluciones, busca distracciones.
Siguiendo estos consejos, podrás vivir una vida tranquila y cómoda sin tener que preocuparte por nada ni por nadie. Eso sí, no esperes tener muchos amigos, ni una buena reputación, ni una conciencia tranquila. Pero bueno, eso también se lo puedes echar la culpa a los demás.
Los gatos siameses son una de las razas más reconocibles y populares en el mundo felino. Estos gatos de apariencia elegante y características únicas han cautivado a las personas durante siglos.
Los siameses se caracterizan por su distintivo pelaje corto y su coloración puntiaguda, que se refiere a un cuerpo más claro con extremidades, cola, orejas y cara más oscura. Esta coloración se debe a un gen que produce una enzima sensible a la temperatura, lo que significa que los gatos siameses tienen puntos más oscuros en las áreas más frías de su cuerpo. Esto crea un hermoso contraste y resalta sus rasgos faciales expresivos y sus ojos azules intensos.
Hablando de sus ojos, los gatos siameses son conocidos por tener ojos azules penetrantes y expresivos, que a menudo se describen como «ojos de zafiro«. Estos ojos brillantes y vibrantes son uno de los rasgos más encantadores de los siameses y añaden a su apariencia cautivadora.
Además de su apariencia, los siameses son gatos extremadamente inteligentes y sociales. Son conocidos por su naturaleza vocal y no dudarán en «hablar» contigo para expresar sus deseos y necesidades. Son gatos activos y juguetones que disfrutan de la compañía humana y suelen llevarse bien con otros animales domésticos.
Los siameses también tienen una personalidad cariñosa y leal. A menudo forman fuertes vínculos con sus dueños y disfrutan de la interacción y el contacto físico. Les encanta recibir atención y demostrarán su afecto acurrucándose en tu regazo o durmiendo a tu lado.
Si estás pensando en tener un gato siamés como mascota, debes tener en cuenta que son animales de compañía activos que requieren estimulación mental y física. Proporcionarles juguetes interactivos, áreas de juego y tiempo de calidad juntos ayudará a mantenerlos felices y saludables.
En resumen, los gatos siameses son una raza distinguida y encantadora. Su aspecto llamativo, personalidad vocal y cariñosa, así como su inteligencia, los convierten en compañeros felinos muy apreciados. Si decides compartir tu vida con un siamés, seguramente te ganarán con su belleza y encanto únicos.
Fui a cortarme el pelo. Según la prestigiosa Kelvinator University, un hombre, blanco, heterosexual, con estudios superiores y pelo, acude a la peluquería 960 veces a lo largo de su vida, ni siquiera llega a las mil. Yo voy recorriendo esos números y observo, con horror, que cada vez estoy más cerca de la cifra fatal de los 960 pelados.
Read more →En primer lugar, los elefantes son animales muy grandes y no caben en una cocina normal. Incluso si tuvieras una cocina muy grande, un elefante ocuparía mucho espacio y sería difícil moverse y cocinar con él allí.
En segundo lugar, los elefantes son animales salvajes y no están acostumbrados a vivir en espacios cerrados como una casa. Pueden sentirse incómodos y estresados en un ambiente tan diferente a su hábitat natural.
En tercer lugar, los elefantes tienen necesidades específicas que no pueden ser satisfechas en una cocina. Necesitan una dieta especial y mucho espacio para moverse y hacer ejercicio. No pueden obtener todo lo que necesitan en una cocina.
En cuarto lugar, tener un elefante en la cocina puede ser peligroso. Los elefantes son animales muy fuertes y pueden causar daños si se asustan o se sienten amenazados. Además, pueden transmitir enfermedades a los humanos.
En resumen, no es una buena idea tener un elefante en la cocina. Los elefantes son animales salvajes que deben vivir en su hábitat natural y no en espacios cerrados como una casa. Si quieres ver elefantes, puedes visitar un zoológico o un santuario de vida silvestre donde puedas verlos en un ambiente seguro y controlado.
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Y no es que yo lo sea, bueno, quiero decir. Lo malo de ser bueno es que te toman por tonto. A menudo, el personal confunde la educación con flaqueza, la amabilidad con debilidad, las pocas ganas de discutir con cobardía. Y así, aprovechándose de la confusión, van ganando terreno, van ocupando tu espacio hasta que te arrinconan, en cuyo caso tienes que dar la patada y dejar sorprendido al tipo que te clasificó como memo.
Te llama tu mujer: «Amore, ¿puedes sacar a Estrellita? Estoy muy liada y no tengo tiempo».
Coges el arnés, la correa, la pelota, el lanza pelota, la bolsita de la caca, la botellita de agua para limpiar el pis y, claro, a Estrellita. Y te vas a la calle con cara de perro pensando por qué tu mujer siempre está muy liada y cuándo le vas a decir que la saque ella. Nunca.
Estrellita, mientras tanto, pasa de ti y de la pelota, y se dedica a ladrar a los gatos y a las motos. Entre ladrido y ladrido, repasas todas las ocasiones que el personal te toma por gil.
El vecino de la plaza de garaje, que te dijo un día si no te importaba que aparcara su coche pegado al tuyo para que le cupiera su moto y, ahora, casi tengo que entrar por el techo en el mío.
El frutero de abajo, al que un maldito día le diste confianza, te somete con cada naranja a un tercer grado de cotilleo, sin que tu seas capaz de mandarlo al carajo.
Le tiro otra vez la pelota y me mira con cara de «ve tú por ella» y voy por ella. Hasta la perrata se aprovecha.
Un día te pide tu amigo Paco compartir la clave de Netflix para ver no sé qué película famosa. Tú, más bueno que el pan, se la das. Pasan las semanas y empieza a no ver Netflix porque hay más usuarios de los permitidos. Le preguntas a Paco y te dice que se la ha pasado a su hermana, su sobrina y al portero que le hace muchos favores. Total, pagas el Netfix del barrio y nos lo ves.
Ahora me toca recoger la caquita de Estrellita. Mientras realizo tan higiénica, cívica y asquerosa labor, recuerdo que ya no recuerdo cómo es sentarse en mi sillón preferido. Se lo ofrecí cortésmente a mi suegra un día y parece como si la hubieran sembrado en él. No se ha vuelto a levantar y si lo hace, ocupa su lugar la perrata.
El paseo y mi paciencia van llegando a su fin. No hay gato, ni moto en el barrio que no haya sido ladrado por la perra. La calle está más limpia que cuando salí, ni rastro de caca y las esquinas regadas con agua y jabón.
Subo a casa. Mi mujer, absorta en sus filigranas, me dice lo bien que me sienta pasear la perra y lo feliz que se la ve. Y yo me juro que el próximo día que me diga que la saque a pasear, me enfrentaré a mi suegra, a mi amigo Paco, al frutero, al vecino abusón y a ella. Bueno a ella no, no sea que se enfade.
Por cierto, a mí lo que me gustan son los gatos.
* Este post es políticamente incorrecto. No lo deje al alcance de los niños y no intente reproducirlo en casa.
Hay sociedades muy preparadas y otras menos. Esa frase con tintes racistas podría ser atribuible a cualquier seguidor de Hitler, Mussolini o el mismísimo Julio César. Pero no, yo le he comprobado en mis carnes, más concretamente en mi boca.
¿Y dónde podemos ver esa superioridad?. La pregunta tiene una respuesta sencilla e irrebatible: la superioridad se ve en la ingesta de pastillas a mano.
Viendo cualquier película norteamericana podemos encontrarnos con la escena en la que el protagonista abre el armarito de las medicinas; coge el bote de pastillas; vierte una cantidad salvaje de ellas en la palma de su mano y, con ella abierta y gesto veloz, se las lleva a la boca y se las traga. El efecto del medicamento suele ser inmediato y sanador.
Pues bien, pensé: si George Clooney, al que no tengo nada que envidiar, puede hacer eso, yo no voy a ser menos.
Fui al cajón de las medicinas, yo no tengo armarito. Rebusqué entre las cajas vacías, los prospectos arrugados y las tiritas que no pegan. Cogí un par de paracetamoles, los deposité en la palma de mi mano y, con el mismo gesto de Clooney, me los lleve a la boca. Resultado: me rompí la funda del paleto, me atraganté que casi me asfixio y los paracetamoles acabaron en el techo del cuarto de baño.
Tras el accidente, estudiando lo datos de las cajas negras, salieron a la luz cuestiones que lo explicaba todo. Primero: el tamaño sí importa, como puede verse en las fotografías. Segunda: hay sociedades que nos llevan años de ventaja practicando la ingesta de pastillas a mano son las preparadas.