Colores y muerte
En las tardes de julio solo cabían 5 colores: azul del cielo, rojo de los tejados, blanco de las fachadas, verde de los patios y amarillo del sol y del campo. Pero aquella tarde traía un color nuevo: el negro.
Read more →En las tardes de julio solo cabían 5 colores: azul del cielo, rojo de los tejados, blanco de las fachadas, verde de los patios y amarillo del sol y del campo. Pero aquella tarde traía un color nuevo: el negro.
Read more →Orfelina será siempre recordada por su singular nombre y por la calidad de su agenda personal. Orfelina es un nombre de origen griego que significa ayuda o ventaja.
Read more →Año 2050. 30 años desde que el SARS-CoV-2 asolara la tierra. La electricidad, el gas, el petróleo, la telefonía e internet han sucumbido.
Read more →Todas las tardes salía de su casa hacia el barrio nuevo. Luis, el hombre solitario, se sentaba en un banco y observaba desde la distancia a la mujer de los zapatos rojos que paseaba con su perro. Pensó hacerse con uno como método para acercarse a ella, pero no se atrevía.
No recordaba unos ojos como los de aquella mujer.
Read more →En la penumbra de una habitación vacía, sus ojos se posaron en el reloj de pared. Las manecillas avanzaban lentas como el calor instalado en la tarde interminable. El silencio era abrumador, solo interrumpido por el repique de sus pensamientos.
Read more →Hacía años que nadaba, pero pocos meses desde que había creado una realidad paralela. En ella, su vida era perfecta. Ella era excelente. El dolor no existía, ni la opresión, ni la injusticia, ni inconvenientes, ni impedimentos. En esa existencia, ella era lista, era bonita, era valiente.
Read more →¿Qué pasa? ¿Qué es este envoltorio que me cubre? ¿Y este frío? ¡Ahhhh! ¡Qué daño! ¿Con qué me he dado? Intento incorporarme, pero mi cabeza choca contra un techo y, al girar, mi cuerpo topa contra una pared. No puedo flexionar ni los brazos ni las piernas. ¿Dónde demonios estoy?
Read more →Llevaba 7 años luchando. 84 meses viviendo. 2.555 días gozando y compartiendo instantes. 61.320 horas iniciando la jornada encerrando el sufrimiento en la cocina. El trayecto continuaba conduciendo el tren de la vida. Con altibajos, con vicisitudes y avatares, pero sin apearse del convoy; con paradas imprevistas, con descansos repentinos, pero a velocidad de crucero y con aceleraciones constantes.
En cada estación, exhibía su valentía, su coraje, su audacia, su plenitud, su disposición a flagelar al dolor con su desprecio e indiferencia. Aderezaba esta demostración con alegría, entusiasmo, felicidad y desmedidas ganas de vivir.
Y, cuando eclipsaba el día, compartía su experiencia y vitalidad con sus incondicionales, a quienes impregnaba de esa energía, de ese empuje, que contribuían a perfeccionar este universo plagado de temores, espantos y sobresaltos, y transformándolo en un lugar espléndido, radiante, amable y generoso.
Ahora, esta maquinista conduce su tren de la vida en otra magnitud, pero velada para eludir el descarrilamiento.
Y, por fin, llegó el día. Años soñando con el premio del Euromillón; años jugando; años imaginando a qué dedicaría el dinero; distribuyendo los millones; haciendo felices a su familia y amigos; decidiendo su futuro holgazán y, ahora, cuando los 600 millones, después de pagar impuestos, se amodorran en su banco, sólo se le ha ocurrido adueñarse de su empresa con un doble objetivo: reflotarla y despedir a los gerifaltes ineptos, incapaces e incompetentes que la hundieron.
Diseña la ejecución de su propósito; boceta los pormenores de su maquinación; bosqueja cada fracción de su anhelo. No serán despidos; eso pertenece a la escala inferior, la de los empleados. A los ejecutivos se les anima a comenzar una nueva etapa.
Encomendará el proceso a una empresa de recursos humanos, cuyo personal, gracias a esa verborrea, a esa palabrería fútil, trivial e insustancial que ellos mismos emplean desde hace años, les exhortarán a dejar las llaves, las tarjetas de crédito, el coche, sus bonos, sus privilegios… Les despojarán de todo su oropel y relumbrón. No mediará justificación. Recibirán la misma medicina que llevan años prescribiendo desde sus despachos para los trabajadores entregados, competentes, fieles, eficaces y capacitados.
Pipipiiií, pii, piiiii… Pipipiiií, pii, piiiii… Otra noche perdida soñando con lo inalcanzable.
¿Por qué me mira así? ¿Por qué me habla de forma tan ñoña?
Soy una gata, no un bebé y comprendo perfectamente lo que me dice.
Entiendo su idioma. Ella es la que no se entera de nada.
Pero a quién se le ocurre comprar un sillón tan colorido y de una tela tan apropiada para mis uñas. Es el rascador más molón del universo: grande, firme, mullido, cálido y, además, terapéutico.
¡Qué bien me agarro a él! ¡Qué fantástico ejercicio para mis 230 huesos! Y, cuando toca siesta, me acurruco enroscada en el asiento, coloco mi lomo pegado al respaldo, mi cabeza apoyada en las patas delanteras y a dormir.
Yo, feliz; en cambio, esta humana se enfada, cubre el sillón de trapos e intenta ahuyentarme. ¡Qué carácter! Ni que fuera un delito desestresarse.
Por ahora, voy a tranquilizarla: pasaré unos días sin acercarme a mi súper-rascador, pero, en cuanto se confíe, ¡zas! mis zarpas reconquistarán el territorio.